El deseo activo del pasado.
Les
anuncié que Freud modificó su primera teoría de las pulsiones, que
oponía las pulsiones represoras del yo a las pulsiones sexuales. La
razón principal de esta modificación fue el descubrimiento del
narcisismo. En efecto, recordemos que, para engañar a las pulsiones, el
yo se había convertido en un objeto sexual fantasmatizado: ya no hay por
qué distinguir entre un supuesto objeto sexual exterior hacia el que se
inclinaría la libido pulsional, y el yo mismo. El objeto sexual
exterior, el objeto sexual fantasmatizado y el yo son una sola y misma
cosa que llamamos objeto de la pulsión. Adoptado este punto de vista,
habíamos concluido: el yo se desea a sí mismo como objeto pulsional.
Pero
si la libido de las pulsiones sexuales puede dirigirse a ese objeto
único que es el yo, entonces ya no hay por qué reconocer al yo una
voluntad consciente de censura respecto de la pulsiones sexuales. Por
consiguiente, las pulsiones del yo desaparecen de la teoría de Freud, y
con ellas el par antagónico pulsiones del yo/pulsiones sexuales. Freud
propone entonces agrupar los movimientos libidinales, dirigidos tanto
sobre el yo como sobre los objetos sexuales, bajo la expresión única de
pulsiones de vida, que él opone a la de pulsiones de muerte. La meta de
las pulsiones de vida es la ligazón libidinal, es decir el estableci
miento de lazos —libido mediante— entre nuestro psiquismo, nuestro
cuerpo, los seres y las cosas.
Las pulsiones de
vida tienden a investirlo todo libidinalmente y a asegurar la cohesión
entre las diferentes partes del mundo vivo. Las pulsiones de muerte, en
cambio, se orientan a desprender la libido de los objetos, a su
desligazón y al retomo ineluctable del ser vivo a la tensión cero, al
estado inorgánico. En este aspecto, señalemos que la “muerte” que
preside estas pulsiones no es siempre sinónimo de destrucción, guerra o
agresión.
Las pulsiones de muerte representan la
tendencia del ser vivo a encontrar la calma de la muerte, el reposo y el
silencio. Es verdad que pueden ocasionar también las acciones más
criminales, cuando la tensión intenta aliviarse sobre el mundo exterior,
pero en el caso en que estas pulsiones permanecen en el interior de
nosotros, son profundamente benéficas y regeneradoras.
Observemos
que estos dos grupos de pulsiones actúan no solamente de consumo, sino
que comparten un rasgo común. Quisiera detenerme aquí porque este rasgo
constituye un concepto absolutamente nuevo, un verdadero salto en el
pensamiento freudiano. ¿Cuál es ese rasgo común a las pulsiones de vida
y de muerte? ¿Cuál es ese concepto nuevo? Más allá de su diferencia,
las pulsiones de vida y de muerte aspiran a restablecer un estado
anterior en el tiempo. Sea la pulsión de vida la que, anudando seres y
cosas, aumenta la tensión, o la pulsión de muerte que aspira a la calma
y al retomo a cero, ambas tienden a reproducir, a repetir una situación
pasada, haya sido esta agradable o desagradable, placentera o
displacentera, serena o agitada. Aquellos que nos hablan, nuestros
pacientes, suelen mostrar una tendencia a repetir sus fracasos y
sufrimientos con un vigor más poderoso aún que el que los conduce a
recobrar los acontecimientos gratos del pasado. Así el caso de aquel
director de empresa siempre creativo, que no puede evitar que sus
proyectos se derrumben indefectiblemente apenas realizados, como si
estuviesen condenados por la fatalidad.
En
síntesis, el nuevo concepto introducido por Freud con la segunda teoría
de las pulsiones es el de la compulsión a la repetición en el tiempo. La
exigencia de repetir el pasado doloroso es más fuerte que la búsqueda
del placer en el acontecimiento futuro. La compulsión a repetir es una
pulsión primera y fundamental, pulsión de pulsiones; no es ya un
principio que orienta, sino una tendencia que exige volver atrás para
reencontrar lo que ya tuvo lugar. El deseo activo del pasado, aun si el
pasado fue malo para el yo, se explica por esta compulsión a retomar lo
que no había sido terminado, con la voluntad de completarlo. Habíamos
demostrado que nuestros actos involuntarios eran los sustitutos de una
acción ideal e incumplida. La compulsión a la repetición sería, pues,
este deseo de retornar al pasado para perfeccionar sin escollos y sin
demoras la acción que había quedado en suspenso, como si las pul siones
inconscientes no se resignaran nunca a ser condenadas a la represión.
Podemos
afirmar entonces que la compulsión a repetir en el tiempo es más
irresistible todavía que la pulsión a reencontrar el placer. La
tendencia conservadora —la de volver atrás— propia de las pulsiones de
vida y de muerte, prima sobre la otra tendencia, igualmente
conservadora, regida por el principio de placer, la de recuperar un
estado sin tensión. De ahí que Freud considere la compulsión a la
repetición como una fuerza que desborda los límites dél principio de
placer, que va más allá de la búsqueda de placer. Sin embargo, el par
pulsiones de vida y de muerte se rige siempre por la acción conjugada de
estos dos principios capitales del funcionamiento mental: reencontrar
el pasado y reencontrar el placer."
Juan David Nasio
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