sábado, 14 de diciembre de 2024

 El deseo activo del pasado.

Les anuncié que Freud modificó su primera teoría de las pulsiones, que oponía las pulsiones represoras del yo a las pulsiones sexuales. La razón principal de esta modificación fue el descu­brimiento del narcisismo. En efecto, recordemos que, para engañar a las pulsiones, el yo se había convertido en un objeto sexual fantasmatizado: ya no hay por qué distinguir entre un supuesto objeto sexual exterior hacia el que se inclinaría la libido pulsional, y el yo mismo. El objeto sexual exterior, el objeto sexual fantasmatizado y el yo son una sola y misma cosa que llamamos objeto de la pulsión. Adoptado este punto de vista, habíamos concluido: el yo se desea a sí mismo como objeto pulsional.
Pero si la libido de las pulsiones sexuales puede dirigirse a ese objeto único que es el yo, entonces ya no hay por qué reconocer al yo una voluntad consciente de censura respecto de la pulsiones sexuales. Por consiguiente, las pulsiones del yo desaparecen de la teoría de Freud, y con ellas el par antagónico pulsiones del yo/pulsiones sexua­les. Freud propone entonces agrupar los movi­mientos libidinales, dirigidos tanto sobre el yo como sobre los objetos sexuales, bajo la expresión única de pulsiones de vida, que él opone a la de pulsiones de muerte. La meta de las pulsiones de vida es la ligazón libidinal, es decir el estableci­ miento de lazos —libido mediante— entre nuestro psiquismo, nuestro cuerpo, los seres y las cosas. 
Las pulsiones de vida tienden a investirlo todo libidinalmente y a asegurar la cohesión entre las diferentes partes del mundo vivo. Las pulsiones de muerte, en cambio, se orientan a desprender la libido de los objetos, a su desligazón y al retomo ineluctable del ser vivo a la tensión cero, al estado inorgánico. En este aspecto, señalemos que la “muerte” que preside estas pulsiones no es siem­pre sinónimo de destrucción, guerra o agresión. 
Las pulsiones de muerte representan la tendencia del ser vivo a encontrar la calma de la muerte, el reposo y el silencio. Es verdad que pueden ocasio­nar también las acciones más criminales, cuando la tensión intenta aliviarse sobre el mundo exterior, pero en el caso en que estas pulsiones permanecen en el interior de nosotros, son profundamente benéficas y regeneradoras.
Observemos que estos dos grupos de pulsiones actúan no solamente de consumo, sino que compar­ten un rasgo común. Quisiera detenerme aquí porque este rasgo constituye un concepto absolu­tamente nuevo, un verdadero salto en el pensa­miento freudiano. ¿Cuál es ese rasgo común a las pulsiones de vida y de muerte? ¿Cuál es ese con­cepto nuevo? Más allá de su diferencia, las pulsiones de vida y de muerte aspiran a restablecer un estado anterior en el tiempo. Sea la pulsión de vida la que, anudando seres y cosas, aumenta la ten­sión, o la pulsión de muerte que aspira a la calma y al retomo a cero, ambas tienden a reproducir, a repetir una situación pasada, haya sido esta agra­dable o desagradable, placentera o displacentera, serena o agitada. Aquellos que nos hablan, nues­tros pacientes, suelen mostrar una tendencia a repetir sus fracasos y sufrimientos con un vigor más poderoso aún que el que los conduce a recobrar los acontecimientos gratos del pasado. Así el caso de aquel director de empresa siempre creativo, que no puede evitar que sus proyectos se derrum­ben indefectiblemente apenas realizados, como si estuviesen condenados por la fatalidad.
En síntesis, el nuevo concepto introducido por Freud con la segunda teoría de las pulsiones es el de la compulsión a la repetición en el tiempo. La exigencia de repetir el pasado doloroso es más fuerte que la búsqueda del placer en el aconteci­miento futuro. La compulsión a repetir es una pulsión primera y fundamental, pulsión de pulsiones; no es ya un principio que orienta, sino una tendencia que exige volver atrás para reen­contrar lo que ya tuvo lugar. El deseo activo del pasado, aun si el pasado fue malo para el yo, se explica por esta compulsión a retomar lo que no había sido terminado, con la voluntad de comple­tarlo. Habíamos demostrado que nuestros actos involuntarios eran los sustitutos de una acción ideal e incumplida. La compulsión a la repetición sería, pues, este deseo de retornar al pasado para perfeccionar sin escollos y sin demoras la acción que había quedado en suspenso, como si las pul­ siones inconscientes no se resignaran nunca a ser condenadas a la represión.
Podemos afirmar entonces que la compulsión a repetir en el tiempo es más irresistible todavía que la pulsión a reencontrar el placer. La tendencia conservadora —la de volver atrás— propia de las pulsiones de vida y de muerte, prima sobre la otra tendencia, igualmente conservadora, regida por el principio de placer, la de recuperar un estado sin tensión. De ahí que Freud considere la compulsión a la repetición como una fuerza que desborda los límites dél principio de placer, que va más allá de la búsqueda de placer. Sin embargo, el par pulsiones de vida y de muerte se rige siempre por la acción conjugada de estos dos principios capitales del funcionamiento mental: reencontrar el pasado y reencontrar el placer."

Juan David Nasio

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