¿Es verdad que todo cuanto hacemos lo hacemos por miedo a la soledad? ¿Es por eso que renunciamos a todas las cosas que luego lamentaremos al llegar al fin de nuestras vidas? ¿Es ése el motivo por el cual casi nunca decimos lo que pensamos? ¿Por eso nos aferramos a esos matrimonios desavenidos, esas amistades falsas, esas fiestas de cumpleaños aburridas? ¿Qué pasaría si rompiéramos con todo esto, pusiéramos fin a este chantaje oculto y fuéramos leales a nosotros mismos? ¿Si dejáramos subir nuestros deseos avasallados y la ira que nos causó verlas esclavizados como el agua de una fuente subterránea? ¿Pues en qué consiste la tan temida soledad? ¿En el silencio de los reproches pendientes? ¿En no tener la necesidad de caminar en puntas de pie, conteniendo el aliento, sobre el campo minado de las mentiras conyugales y las amigables verdades a medias? ¿En la libertad de no tener que comer sentado frente a alguien? ¿En la abundancia de tiempo que se abre ante nosotros cuando cesa el fuego graneado de los compromisos sociales? ¿Pero no son estas cosas maravillosas? ¿No es un estado paradisíaco? ¿Por qué el temor entonces? ¿No es al fin un temor que sólo existe porque no hemos analizado su objeto? ¿Un temor que nos han inculcado padres, maestros y sacerdotes irreflexivos? ¿Y por qué estamos tan seguros de que los otros no nos envidian cuando ven que nuestra libertad es ahora mucho mayor? ¿Y de que no es por eso que buscan nuestra compañía?
Pascal Mercier
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