Me explicó que, un año antes, su padre se encontraba en las últimas fases de una enfermedad terminal que lo había aquejado durante cinco años. Estaba incapacitado y senil, sumido en un dolor permanente del que quería escapar muriendo.
—Por favor —había suplicado a John desde su lecho de muerte—. Dame unas pastillas, o algo así. No puedo continuar así.De repente, su padre se tornó más lúcido de lo que había estado en dos años e hizo una serie de profundas observaciones sobre su vida y su familia. Entonces, su mirada se desplazó hacia el pie de su cama y comenzó a hablarle al aire. Al escucharlo, John se dio cuenta de que estaba hablando con su madre, que había fallecido cincuenta años antes, a los sesenta y cinco, cuando su padre era sólo un adolescente. En toda la vida de John, apenas la había mencionado, pero en aquel momento parecía estar manteniendo una alegre y animada conversación con ella. Mi amigo no podía verla, pero estaba absolutamente convencido de que su espíritu se encontraba allí para dar la bienvenida al de su padre.
Al cabo de unos minutos así, su padre se volvió de nuevo hacia él, esta vez con una expresión totalmente distinta en la cara. Estaba sonriendo y parecía en paz, como nunca antes, que él recordara.
—Vete a dormir, papá —se oyó decir—. Déjate ir, sin más. No pasa nada.
Su padre lo hizo. Cerró los ojos y se fue desvaneciendo con una expresión de completa serenidad en la mirada. Poco después fallecía.
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