sábado, 4 de febrero de 2023

Yalom

 


Durante su adolescencia había vivido

trabada en una larga y amarga lucha con
su negativo padre. Cuando ella dejaba
su casa por primera vez para ir a la
universidad, él la llevó en auto y, como
era su costumbre, le arruinó el viaje
quejándose todo el tiempo del feo
riachuelo lleno de desperdicios que
corría junto al camino. Ella, por el
contrario, sólo veía un bello y puro
arroyo de campo. Años después, cuando
él murió, ella volvió a hacer el mismo
viaje y vio que había dos arroyos, uno a
cada lado del camino. «Pero esta vez yo
manejaba», dijo ella con tristeza, «y el
arroyo que vi del lado del conductor era tan desagradable y contaminado como lo
describía mi padre».
Todos los componentes de esta
lección —mi atolladero con Irene, su
insistencia en que leyera el artículo
sobre el poema de Frost, mi recuerdo
del viaje en automóvil de mi paciente—
fueron muy instructivos. Con
sorprendente claridad, comprendí ahora
que era hora de escuchar, de dejar de
lado mi cosmovisión personal, no
imponer mi estilo y mis opiniones. Era
hora de mirar por la ventanilla del lado
de Irene.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Buscar este blog