También se da el caso de inventar un objeto para un uso y descubrir aplicaciones sorprendentes. Como el tubo de rayos catódicos que constituye la base de los televisores analógicos. Su creador, el químico británico Sir William Crookes, que fue —por más señas— uno de los pioneros en la investigación de fenómenos parapsicológicos, específicamente en las áreas de materialización y de mediumnidad, pretendía diseñar un aparato que hiciera visibles a los espíritus.
En 1875 diseñó la tecnología que serviría de base a la televisión… donde también acostumbramos a ver «fantasmas», aunque no de la naturaleza que perseguía Crookes.
La madre de Alexander Graham Bell empezó a perder la audición cuando él sólo tenía doce años. Y gracias a esta circunstancia propició que Alexander desarrollara un lenguaje de señas con el que poder conversar con su madre. Sensibilizado, seguramente, por la sordera, el joven Bell estudió acústica y desarrolló una técnica del discurso en tonos claros, modulados directamente en la frente de su madre, donde ella lo oiría con claridad razonable.
Siendo profesor de sordos se enamoró de una de sus alumnas, con la que, más tarde, se casó. Para que ella pudiera escuchar un «te quiero», intentó construir un aparato que pudiese amplificar su voz. Para ello creó un circuito con dos terminales. Por un lado escuchaba su ayudante, Watson, y por el otro hablaba él. Sin saberlo estaban realizando la primera llamada telefónica de la historia. Bell había inventado el teléfono. Si la madre del inventor no hubiera ensordecido, Bell nunca habría sido profesor de sordos, nunca hubiera conocido a su esposa y nunca hubiera sentido la necesidad de amplificar el sonido… No hubiéramos tenido teléfonos.
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