Diógenes Laercio, por ejemplo, dice que Pitágoras desayunaba pan y miel, y para cenar no comía más que verduras crudas. Y que, además, tenía la costumbre de interpelar a los pescadores que regresaban por la noche con los barcos cargados para que lanzaran otra vez al mar todos los peces que habían pescado.
Ovidio cuenta que solía dirigir al que comía carne arengas bastante convincentes, y parece que no se andaba con chiquitas. Decía a los carnívoros, sin circunloquios, que sus cuerpos glotones eran contra natura, que engullían vísceras ajenas en sus propias vísceras, que sus dientes eran colmillos crueles y que ponían de nuevo en boga las costumbres de los Cíclopes, cuando en realidad la tierra ofrecía muchas exquisiteces para permitirse grandes banquetes sin masacres.
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