En El legado de Humboldt (1975), Saúl Bellow describe al héroe que da nombre a la novela, Von Humboldt Fleisher, como un magnífico conversador, un improvisador de monólogos frenético e incesante, detractor de primera. Que Humboldt lo insultase a uno era casi un privilegio, algo así como ser el motivo de un retrato con dos narices pintado por Picasso. ...El dinero constituía para él una constante fuente de inspiración. Adoraba hablar de los ricos. ... Sin embargo, su verdadera riqueza era de índole literaria. Había leído miles de libros. Decía que la historia no era más que una pesadilla durante la cual intentaba pasar una simple noche de descanso. Su insomnio lo hacía más erudito. Durante las primeras horas de la madrugada solía leer libros de un grosor considerable: Marx y Sombart, Toynbee, Tostovtzejf, Freud... El siglo XX ha sido en muchos sentidos una pesadilla. Sin embargo, entre tan grande alboroto se hallaban quienes produjeron las obras que ayudaban a mantener la cordura de Humboldt —y no sólo la suya—.
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