Hay personajes que nacieron para la ficción, pero como tienen que moverse en las miserias de lo cotidiano para encontrar un hueco en la historia, se inventan, se rehacen para la luz de la pantalla de cine, para la más alucinante página de la novela; para la más irreal, contradictoria y apasionada canción de gesta. Personajes a los que quedan cortos los escritos biográficos, todas las notas de pie de página, y por tanto se deslizan por sí mismos y sus tiempos hasta ganar el derecho a ser hoja de calendario mal impreso colocado sobre el fogón en hogar proletario, héroe de película muda que nunca será filmada, tema de conversación a la fantasmagórica luz del alto horno. Max Hölz es, sin duda, uno de estos personajes, y como tal, no tiene pasado antes de su aparición en la página uno de una novela histórica. Nada hay sobre Hölz antes de 1918 que invite a creer que la infancia es el lugar donde los héroes se cultivan en macetas de miserias y sueños.
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