lunes, 30 de enero de 2023

Herta Müller

 


¿Tienes un pañuelo? Me preguntaba mi madre cada mañana en el portón de mi casa, antes que saliera a la calle. Yo no lo tenía y entonces regresaba a mi cuarto y sacaba un pañuelo. No lo tenía el pañuelo cada mañana, ya que cada mañana esperaba esa pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. Durante el resto del día y los demás quehaceres cotidianos quedaba a merced de mí misma. La pregunta «¿Tienes un pañuelo?» era un afecto indirecto. Uno directo hubiera sido molestoso, cosa que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Solamente de esa manera podía ser expresado, así seco y determinante como una orden de trabajo. Esa voz áspera de mi madre enaltecía la ternura. Cada mañana estaba yo en el portón de mi casa, una vez sin pañuelo y una segunda vez con el pañuelo. Sólo así salía a la calle, como si en el pañuelo estuviera mi madre protegiéndome.


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