Abraham Lincoln dijo en una ocasión: «Cuando deje las riendas del gobierno, quiero quedarme con un amigo. Y ese amigo lo llevo por dentro». Casi podría decirse que, debido a la crítica tan virulenta de su gestión, la integridad de Lincoln era su mejor amiga mientras ocupaba su puesto. He aquí una descripción de lo que enfrentó tal y como lo explicara Donald T. Phillips: Es posible que Abraham Lincoln fuera más calumniado, difamado y odiado que ningún otro hombre que haya aspirado al puesto más alto de la nación … En público se le llamó casi cada nombre que la prensa del día pudiera imaginarse, incluyendo mono grotesco; campesino abogado de tercera clase, que antes rompiera rieles y ahora divide a la Unión; rudo bromista vulgar, dictador, simio, bufón, y otros. El Illinois State Register lo denominó «el político más deshonesto y suspicaz que jamás haya desgraciado un puesto en Estados Unidos de América …» La crítica injusta y severa no amainó después que Lincoln prestó juramento para su cargo, ni tampoco procedía solo de los simpatizantes de los sureños. Provenía de la Unión misma, del Congreso, de algunas facciones dentro del Partido Republicano, e, inicialmente, entre su propio gabinete. Como presidente, Lincoln aprendió que, pese a lo que hiciera, habrían personas inconformes. A través de todo, Lincoln fue un hombre de principios. Y como sabiamente dijera Thomas Jefferson: «Dios concede que los hombres de principios sean nuestros principales hombres».
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