Un monje decidió meditar solo, lejos de su monasterio. Tomó su bote hasta el centro del lago, lo amarró allí, cerró los ojos y empezó a meditar. Después de unas horas de silencio, sintió el repentino golpe de otro bote chocando con el suyo.
Con los ojos aún cerrados sintió que su ira aumentaba. Estaba listo para gritarle al barquero que tan descuidadamente había perturbado su meditación. Pero, cuando abrió los ojos, se sorprendió al descubrir que se trataba de un bote vacío el que había golpeado al suyo. Probablemente se había desatado y flotaba hacia el centro del lago.
En ese momento, el monje tuvo una gran revelación. Comprendió que el enojo estaba dentro de él; sólo necesitaba el golpe de un objeto externo para sacarlo fuera de él. A partir de entonces, cada vez que encontraba a alguien que lo irritaba, se recordaba a sí mismo, que la otra persona no era más que un bote vacío: la ira estaba dentro de él.
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