Por: Steven Pinker
La posibilidad de que la herencia genética juegue algún rol cuando se trata de explicar los pensamientos y el comportamiento de los humanos, tiene todavía el poder de conmocionar a mucha gente. Muchos piensan que el reconocer alguna naturaleza humana significa apoyar al racismo, sexismo, guerras, avaricia, genocidio, nihilismo, y la negligencia de los más desafortunados. Estas personas perciben cualquier idea de que la mente tiene alguna organización innata, no como algo que tal vez pueda estar equivocado, sino como un pensamiento inmoral. Este libro es sobre la carga emocional, moral, y política del concepto de la naturaleza humana en la vida moderna. Investigaré la historia que llevó a las personas a considerar esta idea como algo peligroso. En algunos casos una explicación exclusivamente ambiental es correcta: un ejemplo claro es el idioma que hablas, y las diferencias en los resultados académicos entre diferentes razas y grupos étnicos. En otros casos, tales como algunos desordenes neurológicos, una explicación de herencia genética extrema es correcta. En la mayoría de los casos la explicación correcta invoca una interacción compleja entre la herencia genética y el ambiente: la cultura es crucial, pero la cultura no puede existir sin las facultades mentales que permiten a los humanos el crear y aprender la cultura en un principio. El objetivo de este libro no es el argumentar que los genes son todo y la cultura es irrelevante ─nadie cree eso─ sino el explorar por qué la posición extrema de que la cultura lo es todo (y los genes irrelevantes), es considerada, muchas veces, como una posición moderada. Y la posición realmente moderada (una interacción compleja entre genes y ambiente) es vista como extrema.
El reconocer una naturaleza humana no implica las repercusiones políticas que muchos temen. No requiere que abandonemos el feminismo, o aceptar los niveles actuales de inequidad o violencia, o el tratar a la moral como una ficción. Las controversias sobre las políticas públicas siempre involucran concesiones entre los valores competentes, y la ciencia está equipada para identificar esas concesiones, pero no para resolverlas. Muchas de estas concesiones tienen su origen en rasgos de la naturaleza humana, y tengo la esperanza de que el clarificarlas informará mejor nuestras decisiones colectivas, cualesquiera que estas sean.
¿Por qué es importante el resolver todo esto? El rechazo a reconocer alguna naturaleza humana es comparable a la vergüenza en épocas anteriores al tratar los temas de sexualidad, solo que es aún peor: distorsiona nuestra ciencia, nuestras conversaciones públicas, y vidas diarias. El dogma de que la naturaleza humana no existe, aun frente a la evidencia de la ciencia y el sentido común, es una influencia corruptora. La doctrina de que la mente de un recién nacido es una página en blanco ha distorsionado el estudio de los seres humanos, y, por lo tanto, las decisiones públicas y privadas que deben ser guiadas por esos estudios. Por ejemplo, todos saben que para criar bien a los hijos los padres deben ser amorosos, firmes, y también conversar con ellos frecuentemente. Si los niños no resultan bien, entonces probablemente es culpa de la crianza dada por los padres. Pero esta conclusión depende de la creencia de que todos los niños son páginas en blanco cuando nacen. Los padres también dan a sus hijos sus genes, no solo el ambiente en el hogar. La correlación entre padres cariñosos, firmes y platicadores con hijos que crecen y son articulados para conversar, atentos, y bien portados puede decirnos algo sobre los genes que estos padres heredaron a sus hijos, no solo sobre la crianza. Sin embargo, en la mayoría de los estudios la única posibilidad que se analiza es la crianza y el ambiente creado en el hogar por los padres.
El tabú sobre la naturaleza humana no solo ha limitado la investigación, sino que también ha convertido a todas las discusiones sobre el tema en herejía que debe ser purgada. El análisis de ideas es comúnmente reemplazado por ataques personales y calumnias. Este envenenamiento de la atmósfera intelectual nos ha dejado mal equipados para analizar temas urgentes sobre la naturaleza humana aun cuando han aparecido descubrimientos científicos que los hace todavía más agudos. La negación de la naturaleza humana se ha esparcido más allá de la academia y nos ha llevado a una desconexión entre la vida intelectual y el sentido común. Tuve la idea de escribir este libro cuando escuche a los expertos y a los críticos sociales hablar sobre la maleabilidad de la mente humana: que los niños pequeños pelean entre ellos porque eso se les enseña; que los niños disfrutan de los dulces porque los padres los usan como recompensa por el buen comportamiento; que los adolescente compiten en su apariencia como resultado de la competencia académica; que los hombres piensan que el objetivo del sexo es el orgasmo porque eso se les ha enseñado. El problema no es solo que estas afirmaciones son absurdas, sino que los autores ni siquiera imaginaron que pudieran ser puestas en duda incluso por el sentido común. Esta es la mentalidad de un culto, creencias fantásticas que son ostentadas como prueba de nuestra piedad y misericordia. Esta mentalidad no puede coexistir con una estimación por la verdad, y es responsable por algunas tendencias en la vida intelectual reciente. Una de estas tendencias es el desprecio de algunos eruditos hacia conceptos de la verdad, la lógica y la evidencia. Otra, es una dualidad hipócrita entre lo que los intelectuales dicen en público y lo que creen en realidad. Una tercera tendencia, es la reacción inevitable: la cultura de lo políticamente incorrecto donde prosperan agentes de choque que se deleitan en el anti-intelectualismo y la intolerancia, animados por el conocimiento de que el establecimiento intelectual ha renunciado a su credibilidad pública.
Aunque muchos de mis argumentos son fríos y analíticos, no intentaré esconder mi convicción de que el reconocer la existencia de la naturaleza humana tendrá también una influencia positiva. Las nuevas ciencias que estudian a la naturaleza humana pueden enseñarnos el camino hacia un humanismo real e informado por la biología. Estas ciencias revelan la unidad psicológica de nuestra especie que yace por debajo de apariencias superficiales físicas y culturales; nos hacen apreciar la maravillosa complejidad de la mente humana; nos ayudan a identificar a las instituciones morales que mejoran las sociedades; nos ofrecen una referencia para identificar el sufrimiento y la opresión donde sea que sucedan, desenmascarando las racionalizaciones del poder; nos ayudan a ver a través de los diseños formulados por reformadores sociales autoproclamados que desean liberarnos de nuestros placeres; renuevan la apreciación por los logros de la democracia y la leyes para mantener el orden social. Y además mejoran las perspicacias de los artistas y filósofos que han reflexionado sobre la condición humana por milenios.
Nunca ha sido tan oportuna una discusión honesta sobre la naturaleza humana. A través del siglo veinte, muchos intelectuales intentaron reposar los principios de la decencia en afirmaciones factuales frágiles tales como el que los seres humanos son biológicamente indistintos, que no albergan motivos innobles, y que son absolutamente libres en su capacidad para tomar decisiones. Estas afirmaciones están ahora siendo cuestionadas por las ciencias de la mente, el cerebro, los genes y la evolución. Si no deseamos abandonar valores como la paz y la igualdad, o nuestra devoción a la ciencia y la verdad, entonces debemos alejar estos valores de ideas sobre nuestra psicología que son vulnerables a ser probadas falsas.
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