La imaginación poética taoísta, con su creencia en «lo uno» y «el no ser» se interesaba más por la unidad de la experiencia que por cualquier poder concebible de un creador para producir lo nuevo. Como afirmaba Chuang-tsé (que vivió en el siglo IV a. C.), el gran seguidor de Lao-tsé :
Una vez soñé que era una mariposa, que revoloteaba aquí y allí; una mariposa en todos los sentidos. Gozaba de mi libertad como una mariposa, sin saber que era Chou. De pronto desperté y me sorprendió comprobar que era yo mismo de nuevo. Pero ¿cómo puedo decir si era un hombre que soñaba ser una mariposa, o si soy una mariposa que sueña que es un hombre?… A esto se llama fusión de las cosas.
Esta idea de la unidad de los procesos del mundo dio al taoísta Chuang-tsé la capacidad de afrontar con estoicismo sus aflicciones personales. Un amigo que acudió a consolarle tras la muerte de su amada esposa de tantos años, encontró a Chuang-tsé llevando el compás de una música con una escudilla en lugar de estar llorando. Cuando le reprochó su comportamiento insensible, Chuang-tsé replicó:
Cuando murió no pude evitar sentirme afectado. Pero cuando reflexiono al respecto comprendo que en un principio no tenía vida, y no sólo no tenía vida, sino tampoco forma; no sólo no tenía forma, sino que no tenía fuerza material ( ch’i ). En el limbo de la existencia y de la no existencia, se produjo una transformación y evolucionó la fuerza material. La fuerza material se transformó en forma, la forma se transformó para convertirse en vida y ahora el nacimiento se ha transformado para convertirse en muerte. Esto es como la rotación de las cuatro estaciones, primavera, verano, otoño e invierno. Ahora yace dormida en la gran casa [el universo]. Llorar y lamentarme sería mostrar mi ignorancia del destino. Por consiguiente, desisto de ello.
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