Cualquiera que esté en proceso de tomar una decisión crucial pensará siempre en el pasado. «No puedo dejar a mi novio, hemos pasado por tantas cosas juntos…», así que prefiero quedarme con él aunque a veces me saque de quicio. Pero esos afectuosos recuerdos no son lo único que nubla el panorama de la realidad actual. El hecho de que hayas invertido en algo es razón suficiente. Y tirar una inversión por la ventana no le resulta fácil a nadie. Tirar una inversión por la ventana no le resulta fácil a nadie ¿Dejar a la pareja con la que has estado durante 13 años supone que todos esos años han sido en vano? ¿O renunciar a tu empleo y cambiar de caballo a mitad de carrera? ¿Todo ese trabajo para llegar a subdirector fue inútil? ¿O vender la casa y mudarte? Nunca recuperarás lo que invertiste en las mejoras y la decoración. En tu fuero interno sabes la verdad. No quieres seguir con esa pareja, trabajar en ese empleo ni vivir en esa casa. Te conoces muy bien. Y a pesar de eso tienes miedo de dar el paso. Hay un común denominador que hace que sea difícil tomar todas estas decisiones: el miedo de sufrir pérdidas. «He invertido mucho. No puedo renunciar a todo sin más». Somos como esas empresas a las que les cuesta renunciar a partes de su negocio porque en el pasado fueron vacas lecheras, muy rentables, o porque metieron mucho dinero en ellas. Menuda tontería. Es como el inversor que posee acciones en una empresa de telefonía móvil y se queda mirando mientras otras compañías de smartphone ganan cuota de mercado y el valor de sus acciones cae en picado. Incluso cuando la acción vale una décima parte de lo que valía antes, el titular trata de salvar todo lo que puede. Aunque en la sección de economía del periódico se informe sobre la quiebra, nuestro hombre se aferra a su inversión y confía en un milagro. Piensa: «He invertido mucho dinero en esto, no pasa nada por esperar un poco más». Incluso hay algunos «expertos» que compran más acciones a la baja, cuando el valor de mercado toca fondo. Y cuando finalmente llegue el gran día y toda la espera y perseverancia se vea recompensada, entonces esa persona estará bien situada. Solo es tonto el inversor que espera en vano. Realmente nadie tolera a un inversor que espera a que las vacas vuelvan a casa. Nadie echa la soga tras el caldero. ¿O sí? Cuanto mayor sea la inversión, más difícil se hace afrontar la verdad y tirar de la anilla. La cuestión primordial es: ¿qué falló y cuánto se había invertido ya? La respuesta te deja paralizado de la impresión. Casi nadie es inmune a montar un caballo muerto. Y naturalmente no se trata solo de las consecuencias financieras, porque de hecho puedes sobreponerte a ellas. No es más que dinero. Lo peor no es haber despilfarrado el dinero, sino darte cuenta de que has desperdiciado la vida. De que no sabes cómo dejar un estilo de vida, un empleo o una pareja que no son los adecuados. De que prefieres no hacer nada a ponerte manos a la obra. Y de que no estás dispuesto a dar algo por perdido. ¡Evitar las pérdidas a cualquier precio es un error garrafal! La importancia de una decisión no tiene nada que ver con cuánto has invertido en una opción equivocada. En otras palabras: no importa lo diligente que fueras en el pasado, en cuanto eres consciente de que te has equivocado de inversión, es evidente que la única decisión acertada es parar. Y luego empezar a caminar en otra dirección.
Peter Brandl
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