viernes, 11 de febrero de 2022

 


Creo que es importante hablar por televisión, pero en determinadas condiciones . Hoy, gracias al servicio audiovisual del Collège de France, me beneficio de unas condiciones que son absolutamente excepcionales: en primer lugar, mi tiempo no está limitado; en segundo lugar, el tema de mi disertación no me ha sido impuesto —lo he escogido libremente y todavía puedo cambiarlo—; en tercer lugar, no hay nadie, como en los programas normales y corrientes, para llamarme al orden, sea en nombre de la técnica, del «público, que no comprenderá lo que usted dice», de la moral, de las convenciones sociales, etcétera. Se trata de una situación absolutamente insólita puesto que, empleando un lenguaje pasado de moda, tengo un dominio de los medios de producción que no es habitual. Al insistir en que las condiciones que se me ofrecen son absolutamente excepcionales, ya digo algo acerca de las condiciones normales a las que hay que someterse cuando se habla por televisión.

    Pero, me objetarán, ¿por qué, a pesar de los pesares, la gente hace todo lo posible por aparecer en la televisión en condiciones normales? Se trata de una cuestión muy importante que, sin embargo, la mayor parte de los investigadores, de los científicos, de los escritores, por no mencionar a los periodistas, que aceptan participar no se plantean. Me parece necesario interrogarse sobre esta falta de preocupación al respecto. Creo, en efecto, que, al aceptar participar sin preocuparse por saber si se podrá decir alguna cosa, se pone claramente de manifiesto que no se está ahí para decir algo, sino por razones completamente distintas, particularmente para dejarse ver y ser visto. «Ser», decía Berkeley, «es ser visto». Para algunos de nuestros filósofos (y de nuestros escritores), ser es ser visto en la televisión, es decir, en definitiva, ser visto por los periodistas, estar, como se suele decir, bien visto por los periodistas (lo que implica muchos compromisos y componendas). Bien es verdad que, al no contar con una obra que les permita estar continuamente en el candelero, no tienen más remedio que aparecer con la mayor frecuencia posible en la pequeña pantalla, y por lo tanto han de escribir a intervalos regulares, cuanto más cortos mejor, unas obras cuya función principal, como observaba Gilles Deleuze, consiste en asegurarles que serán invitados a salir por televisión. De este modo, la pantalla del televisor se ha convertido hoy en día en una especie de fuente para que se mire en ella Narciso, en un lugar de exhibición narcisista.

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