viernes, 11 de febrero de 2022

  


Con poco más de treinta años, Beethoven decidió enfrentarse a su mayor adversidad: la sordera. En 1801 escribió un par de cartas a su amigo Wegeler en las que, por primera vez, admitía que se estaba quedando sordo. Ya hacía unos cuantos años que había dejado de lado casi todas las relaciones sociales. Ser un compositor que perdía el oído le martirizaba y le avergonzaba. El miedo al escarnio público le había llevado a recluirse en sí mismo e incluso a plantearse el suicidio. Pero, finalmente, a pesar de la angustia que le oprimía, decidió no dejarse vencer por la desesperación y escribió: « Ich will, wenn’s anders möglich ist, meinem Schicksale trotzen » («Quiero, si hay alguna posibilidad, desafiar mi destino») y « Ich will dem Schicksal in den Rachen greifen » («Quiero coger a mi destino por el cuello»).

    Un año después, por indicación médica, fue a pasar el verano a Heiligenstadt, un pueblecito, por entonces aún separado de Viena, famoso por sus aguas sulfurosas. Allí, rodeado de los encantos de la naturaleza que tanto le gustaban, dio un paso más y escribió a sus hermanos un documento sobrecogedor: el famoso Testamento de Heiligenstadt .
    ¡Oh, hombres, vosotros que me consideráis un malévolo, un testarudo y un misántropo! ¡Qué injustos sois, pues no sabéis el origen de mi mal! Desde mi infancia, mi corazón y mi mente se han inclinado hacia los buenos sentimientos, e incluso he realizado acciones bondadosas. Pero pensad que hace seis años una afección infernal se apoderó de mí (…).
    Nacido con un temperamento ardiente y vivo, (…) me vi obligado a aislarme, a llevar una vida solitaria. Y cuando, a veces, me esforzaba por superarlo era cuando, oh, me topaba de nuevo con la cruda realidad de mi sordera. En aquel momento era impensable para mí decir a la gente: «¡Hablad más alto! ¡Gritad! ¡Que soy sordo!» ¿Cómo podía admitir la debilidad del sentido que en su día me dio un grado de perfección sobre los demás? Un sentido que, tiempo atrás, poseí en la más elevada expresión. (…) Por lo tanto, perdonadme cuando veáis que me alejo de vosotros, aunque la realidad es que querría rodearme de vuestra compañía. (…) Tengo que vivir como un exiliado (…). Qué humillación la mía cuando alguien se detenía a mi lado para escuchar una flauta en la lejanía y yo no entendía nada, o cuando oía cantar a un pastor y yo, de nuevo, no oía nada. Todo esto me llevó a los límites de la desesperación, y de buen grado hubiera dado fin a mi vida, pero el arte me contuvo. Ah, no podía dejar este mundo sin haber acabado todo lo que se me había encomendado, y fue así como soporté esta miserable existencia —realmente miserable—; la de un cuerpo hipersensible que, con un pequeño cambio inesperado, te lleva del mejor de los estados a la desventura. Paciencia. Dicen que la necesitaré para que me guíe, y es lo que he hecho. Espero mantener firme mi determinación para resistir hasta que las inflexibles parcas decidan acabar con todo. (…) Dios, tú que desde lo alto ves el interior de mi alma, sabes que allí habita el deseo de hacer el bien al prójimo. Oh, hombres, si alguna vez leéis estas palabras, pensad que habéis sido injustos conmigo y dejad que el desventurado se consuele pensando que existió alguien como él que, a pesar de los obstáculos, hizo todo lo que estuvo en su poder para ser aceptado entre los respetables artistas y hombres.
    Un par de años después, la sordera de Beethoven ya era un asunto de dominio público. ¡Un compositor sordo! Esa era la comidilla maliciosa que se extendió rápidamente de boca en boca por Viena. Cualquier otro se habría acobardado. Pero Beethoven, no. Él no era de esa clase. Lejos de dejarse vencer, emergió de la angustia que le producía la sordera con fuerza y rebeldía. Con la fuerza y la rebeldía que le eran tan características. Inició un periodo de creatividad extraordinaria que se conoce como el periodo heroico . La originalidad, la fuerza y la diversidad de la música que comenzó a componer a partir de aquel momento era una consecuencia directa de la batalla que libraba contra la adversidad física. Escribía música frenéticamente. Como si no le quedara suficiente tiempo para decir todo lo que quería decir con música. Ese periodo que había empezado, naturalmente, con la Eroica , siguió con la composición de obras tan imprescindibles como la sonata para piano Appassionata , los conciertos para piano número 4 y 5 ( Emperador ), el concierto para violín en Re Mayor, la ópera Fidelio , la obertura Egmont y la quinta y la sexta sinfonía.
    ¿Quién no conoce las cuatro primeras notas de la quinta sinfonía? Seguramente, las cuatro notas más famosas de la historia de la música. Cuatro notas que, más allá del discurso musical, se han convertido en un universo independiente por sí mismas. Tanto es así que el episodio «The seven-Beer snitch» de la decimosexta temporada de la serie televisiva The Simpsons , los personajes de la serie que asisten a una interpretación de la quinta sinfonía en el nuevo auditorio de Springfield, construido por el famoso arquitecto Frank Gehry, se levantan de sus asientos y se van totalmente convencidos después de haber escuchado solo las cuatro primeras notas. Mientras la orquesta sigue tocando, el director, alucinado, pregunta: «¿Por qué os vais? ¡La sinfonía justo acaba de empezar!» La respuesta del jefe de policía, Clancy Wiggum, es clara: «¡Ya hemos oído el ta-ta-ta-taaaaa! ¡El resto no nos interesa!»
    Bravo por los guionistas de The Simpsons . Pero, más allá de esta ocurrencia, es necesario preguntarse por el significado de estas cuatro notas que, aparentemente, forman una simple célula musical. ¿Qué significa este motivo musical inicial que recorre toda la sinfonía y que también se esconde obsesivamente en otras obras que Beethoven compuso durante este mismo periodo? Anton Felix Schindler, secretario y uno de los primeros biógrafos del compositor, llamó a estas cuatro notas el motivo del destino. Según él, fue el mismo Beethoven quien, señalando el inicio de la sinfonía, dijo: « So pocht das Schicksal an die Pforte » («Así es como el destino llama a la puerta»). Aunque esta afirmación de Schindler la han puesto en duda muchos expertos, la realidad es que la sinfonía también se conoce, especialmente en Alemania, como la Schicksalsymphonie ( Sinfonía del destino ). Y es que la visión idealizada de un hipotético destino de Beethoven llamando a su puerta es demasiado potente y se ha impuesto por encima de cualquier otra interpretación.
Con las cuatro poderosas notas iniciales, la quinta sinfonía es un verdadero ejercicio de condensación. Una sinfonía brutal y compacta. Una sinfonía sin una melodía obvia que, a diferencia de cualquier otra sinfonía que hubiera compuesto hasta ese momento, está constituida por un maravilloso declive continuo. Un declive que tiene como único objetivo llevarnos hasta la exaltación final. Toda una sinfonía, media hora larga de música, pensada y creada solo para llegar al clímax final. En el tercer movimiento, Beethoven recoge la música manteniendo toda la tensión condensada en un único tambor. En este intervalo vacío de sonido, sordo, irrumpe el cuarto movimiento para transportarnos al más alto nivel de intensidad sonora. Toda la orquesta explota en un victorioso final cuando Beethoven lleva el Do menor inicial hasta el Do Mayor final: un viaje desde la oscuridad a la luz. Un viaje desde la depresión y el suicidio hasta la victoria.

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