miércoles, 23 de febrero de 2022

  Por cada persona inteligente que se molesta en crear un esquema de incentivos, existe un ejército de gente, inteligente o no, que inevitablemente invertirá incluso más tiempo en tratar de burlarlos. El engaño puede formar parte de la naturaleza humana o no, pero sin duda constituye un rasgo destacado en prácticamente cualquier empeño del hombre. Engañar es un acto económico primitivo: obtener más a cambio de menos. Así que no sólo los nombres en mayúsculas —presidentes de empresa, deportistas adictos a las pastillas y políticos con sueldos abusivos— engañan. También lo hace la camarera que se guarda la propina en el bolsillo en lugar de echarla en el bote. O el encargado de la plantilla del supermercado WalMart, que recorta las horas de sus empleados en el ordenador para que su rendimiento parezca mayor. O el niño que, preocupado por pasar de curso, copia las respuestas del examen.

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