Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo inconscientemente, ¿cómo aprenderé a vivir más conscientemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo irresponsablemente, ¿cómo aprenderé a vivir más responsablemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo pasivamente, ¿cómo aprenderé a vivir más activamente?
No puedo superar un miedo cuya realidad niego. No puedo corregir un problema sexual cuya existencia no admito. No puedo curar un dolor que rehúso reconocer como propio. No puedo cambiar rasgos de mi carácter que insisto en que no poseo. No puedo perdonarme por una acción que no reconozco haber realizado.
Aceptarnos a nosotros mismos es aceptar el hecho de que lo que pensamos, sentimos y hacemos son expresiones del si-mismo en el momento en que ocurren. Pero esto no significa que esas expresiones sean las definitivas sobre quiénes somos, a menos que las cubramos con cemento por medio de nuestras negaciones y desestimaciones.
Permítanme compartir otro ejemplo personal para iluminar un poco más este tema:
Hace algunos años, mi esposa Patricia, a quien yo amaba mucho, murió. Durante largo tiempo mi mente revisó sin cesar los diferentes aspectos de nuestra relación. Recordaba incidentes en los que yo había sido desconsiderado o grosero, y a veces rehuía esos recuerdos porque eran insoportablemente dolorosos. No los negaba de una manera directa, pero tampoco los aceptaba plenamente ni permitía que ellos y sus implicaciones fueran asimilados e integrados. Una parte de mí mismo quedó fragmentada, alienada del resto.
Más tarde volví a casarme, y aunque soy feliz y estoy profundamente enamorado de mi actual esposa, Devers, vi que ciertos modelos de negligencia y falta de consideración se repetían. Comencé a pensar en algo que yo les enseñaba a otros: que si una persona no acepta plenamente una parte de su conducta pasada, es casi inevitable que la repita de una forma u otra. De modo que empecé a dedicar más tiempo a la tarea de convertir en reales para mí mismo ciertas acciones que había realizado en mi matrimonio anterior, como por ejemplo no responder en alguna ocasión en que Patricia necesitaba mi comprensión o mi ayuda, o ser sumamente impaciente, o dejarme absorber en exceso por mi trabajo es decir, el tipo de desconsideraciones más comunes que el amor no nos impide automáticamente cometer. Revivir esos ejemplos específicos, revisándolos detalle por detalle, fue doloroso. Obligarme a mirar detenidamente mis acciones me resultaba a veces más perturbador que lo que pueda expresarse en palabras, pues Patricia ya no estaba y no había manera de hacerme perdonar esas actitudes. Pero yo sabía que si insistía (y por supuesto, si alcanzaba la misma claridad sobre mi conducta en mi matrimonio con Devers) sucederían dos cosas: me sentiría más integrado, y sería menos probable que repitiera las acciones que entonces lamentaba.
Le invito a considerar alguna acción suya que lamente. Trate de dejar de lado la culpa, pero conservando la experiencia de usted mismo como autor de la acción. Descubra cómo es aceptar que en algún momento de su vida decidió ejecutar esa acción. ¿Cómo se siente esta forma de honestidad? ¿Qué enseña sobre la autoestima?
No hay comentarios:
Publicar un comentario