lunes, 14 de junio de 2021

 Vivir obsesionado por la responsabilidad de ser un genio creador puede llevar a hacer afirmaciones tan devastadoras como la que formuló Norman Mailer, uno de los grandes innovadores del periodismo literario estadounidense, en la última entrevista que concedió antes de morir: «Cada uno de los libros que he escrito me ha matado un poco más.» Una afirmación demoledora. Una afirmación típicamente romántica. Y es que, desde que el Romanticismo apareció a finales del siglo XVIII y principios del XIX , hemos interiorizado y aceptado socialmente que la creatividad y el sufrimiento son conceptos que van unidos. Hemos aceptado que cualquier forma de expresión artística conduce inexorablemente a algún tipo de angustia.
    Pero si retrocedemos en el tiempo nos daremos cuenta de que hubo otras maneras de entender el hecho creativo. Maneras más saludables. Los griegos, por ejemplo, lo tenían muy claro y vivían mucho más tranquilos. Los hombres de la Grecia clásica no creían que la creatividad fuera un atributo del ser humano. Creían que la creatividad era una especie de espíritu divino que, desde la distancia, se acercaba a los hombres por razones desconocidas. Una de las definiciones de estos espíritus que tuvo más fortuna fue la que formuló Platón, cuando trató de explicar el origen de la sabiduría de su maestro Sócrates. Según él, la sabiduría de Sócrates parecía ser algo inducido por una especie de fuerza que le venía del exterior y lo poseía, sin que su intelecto o voluntad pudieran hacer nada por evitarlo o para provocarlo. Solo podía aceptarlo y dejarse guiar. Los griegos bautizaron a estos espíritus con el nombre de daimon . Más tarde, los romanos, herederos de la cultura griega, siguieron con la misma idea, pero le dieron otro nombre a este espíritu o divinidad tutelar de la creatividad: genio , que etimológicamente quiere decir dar vida o crear .
    Esta idea de los griegos y los romanos coincide con el concepto de TENER un genio . Es decir, tener un espíritu exterior que aparece cuando y como quiere para darle alas a la creatividad. Esta idea me parece fascinante, ya que libera al hombre del peso de la creación. De hecho, interpone una distancia muy saludable entre el acto de crear y el hombre. Siempre he creído que este pensamiento coincide con la famosa frase de Picasso: «La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando.» Me imagino a Picasso en su estudio trabajando delante de un lienzo en blanco, sin dibujar nada especial hasta que, en algún momento, sin saber por qué ni cómo, aparece desde un rincón del estudio un espíritu, un daimon , un genio creador que sigilosamente se introduce en el cuerpo del pintor inspirándole un cuadro magistral. Una vez acabada la obra, el genio vuelve a salir del cuerpo del pintor y, en aquel preciso momento, Pablo Picasso deja de ser el Pablo Picasso que todos admiramos para volver a ser solamente un hombre.

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