Emile Zola nace en París el 2 de abril de 1840. Hijo de un ingeniero civil italiano. No es, como el conde Tolstoi, el hijo sensible que todo lo tuvo, sino el hijo de la pobreza que, gracias a los poemas, críticas y artículos, pudo granjearse un futuro en este difícil campo que es la literatura. Desde luego, era un campo propicio, ya que coincide con los movimientos impresionistas en la pintura, o con el fin del romanticismo musical. Zola bebe de todos ellos (o mejor dicho, crece junto a todos ellos), y nos ofrece “retazos de la vida en París” como si se tratase de un Renoir o de un Lautrec. Zola pinta las gentes y las describe con pequeños toques, como hacen los grandes. El trazo es suave y, a la vez, fuerte y profundo. Zola marca el acento en los personajes desfavorecidos (prostitutas, alcohólicos y asesinos varios) pero les otorga una humanidad que, precisamente, dotará de grandeza y complejidad a la obra.
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