La mente nunca es decidida. No importa que se trate de la mente de una persona o de otra; la mente es indecisión. El funcionamiento de la mente consiste en vagar entre dos opciones opuestas y tratar de averiguar cuál es el camino correcto. Es como intentar encontrar la puerta con los ojos cerrados. Con toda seguridad, te encontrarás colgado entre las dos opciones: ir por aquí o por allá. Estarás siempre en una condición de «esto o lo otro». Esa es la naturaleza de la mente. Soren Kierkegaard fue un gran filósofo danés. Escribió un libro titulado “O esto o aquello”. Era la experiencia de su propia vida: ¡nunca había sido capaz de decidir nada! Todo se le presentaba siempre de tal manera que si se decidía por este camino, entonces aquel parecía el correcto. Y si se decidía por aquello, entonces el correcto parecía este camino. Nunca se casó, aunque había una mujer que le amaba y se lo había pedido. Pero él dijo: «Tendré que pensármelo. El matrimonio es una cosa muy importante y no puedo decir que sí o que no inmediatamente.» y murió dudando, sin llegar a casarse. Vivió muchos años, tal vez setenta, y siempre estaba discutiendo y argumentando, pero no encontraba ninguna respuesta que pudiera considerarse definitiva y no tuviera una contraria de igual peso. No llegó nunca a ser profesor. Había rellenado la solicitud, tenía las mejores calificaciones posibles, había escrito muchos libros de tan inmensa importancia que al cabo de un siglo siguen teniendo validez, no son viejos, no han quedado anticuados... Rellenó la solicitud, pero no fue capaz de firmarla, porque... o esto o aquello...¿quería ser profesor universitario o no? Encontraron la solicitud cuando murió, en la pequeña habitación donde vivía. En los cruces de caminos se detenía para decidir si ir por aquí o por allá... ¡durante horas! Todo Copenhague conocía las rarezas de este hombre, y los niños le llamaban «Esto o aquello». Los golfillos le seguían por todas partes, gritándole: «¿Esto o aquello?» En vista de la situación, su padre, antes de morir, liquidó todos sus negocios, reunió todo el dinero, lo depositó en una cuenta bancaria y dejó dispuesto que el primer día de cada mes Kierkegaard recibiera cierta cantidad de dinero. Así, por lo menos, podría sobrevivir durante bastante tiempo. Y esto os va a sorprender: un día primero de mes, cuando volvía a su casa después de haber cobrado el último pago -el dinero se había agotado-, se cayó en la calle y murió. ¡Con el último pago! Era lo más adecuado. ¿Qué otra cosa podía hacer? Porque después de aquel mes, ¿qué iba a hacer? Escribía libros, pero no era capaz de decidir si publicarlos o no. Todas sus obras quedaron inéditas. Y son obras enormemente valiosas. Todos sus libros muestran una gran penetración en las cosas. Cuando escribía sobre un tema, llegaba hasta las raíces mismas, hasta el más minúsculo detalle... Era un genio, pero un genio de la mente. Ese es el problema con la mente... y cuanto mejor mente tengas, mayor será el problema. Las mentes inferiores no se enfrentan tan a menudo con ese problema. Es la mente del genio la que se queda atascada entre dos polaridades y no sabe elegir. Y entonces se siente en un limbo.
El caso es que Soren Kierkegaard tenía una gran mente, pero como era cristiano no conocía el concepto de la conciencia. Podía pensar, y pensar cosas muy profundas, pero no podía quedarse en silencio y observar. Aquel pobre hombre nunca había oído hablar de cosas como observar, ser testigo, ganar conciencia. Solo había oído hablar de pensar, y aplicó todo su genio a pensar. Produjo grandes libros, pero fue incapaz de procurarse una gran vida. Vivió en una completa miseria.
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