sábado, 8 de febrero de 2025

 Tenía yo un alumno que me miró un día y me dijo: “Yo tengo un problema. Yo me lo estudio todo, y cuando pienso en otra cosa, se me olvida. Y yo, por ejemplo, dice mi madre, dice mi mamá: ‘¡A cenar salchichas!’, y ya pienso en las salchichas y se me ha olvidado lo que he estudiado”. Así que le dije: “Bueno, verás, vamos a hacer una cosa. Tú te vas a coger una caja. La caja tiene que estar vacía y tiene que tener tapa. Tú, en la caja… Cuando ya te lo sepas muy bien, muy bien, tú se lo dices a la caja. Y lo tapas. Y ya verás como puedes pensar en las patatas fritas y en otra cosa, que ya no se te olvida”. “¿De verdad?”, me dice. Y digo: “De verdad”. Oye, al día siguiente, viene con una caja. Y había que preguntar. Pues yo le pregunté. Y había cosas que fallaban ahí un poco, ¿verdad? Y yo, pues no recuerdo qué era, pero supongamos que pudieran ser, ¿verdad?, las tablas, y decía: “Siete por tres”. Y dice: “¿Siete por tres? ¿Ves, si es que lo puse en la caja”. Y digo: “Espera, espera a ver qué has metido en la caja. Aquí pone 21”. Y dice: “¡Sí, eso era!”. Bueno, poco a poco, con esta ayuda, lo conseguimos. Lo conseguimos y empezó a creer en sí mismo. Porque la caja le ayudó a creer en sí mismo. Pero lo que más le ayudó a creer en sí mismo es que yo creyera en él. Que yo creyera que era verdad que se lo estudiaba y que se le olvidaba cuando pensaba en otras cosas. Cuando pasó los cursos, me miraba, coincidíamos, y me decía: “¿Tú sabes que todavía me imagino una caja en la que, cuando estudio, guardo todo eso y tapo?”.

José Antonio Fernández Bravo

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