Sócrates se apartó de la observación científica y se concentró más en el conocimiento que podía alcanzarse mediante el razonamiento puro. No obstante, no escribió ningún libro, y lo que sabemos de él se debe fundamentalmente a las obras de Platón y de Aristófanes, quien realizo un retrato poco halagüeño de él en dos de sus comedias. Sócrates es recordado principalmente por tres razones: en primer lugar, por su convicción de que hay una «norma absoluta» eterna e inmutable de lo que es bueno y correcto, y la creencia de que toda la naturaleza tiene un propósito, que es comprender esa «norma»; en segundo lugar, por su idea de que para descubrir esa norma el paso fundamental es conocerse a sí mismo; y por último, por el denominado «método socrático» de cuestionarlo y examinarlo todo y a todos («una vida sin examen no merece ser vivida»). Sócrates hacía algo más que jugar con juegos de palabras; creía que los dioses le habían encomendado la misión de hacer que la gente pensara y por eso le planteaba acertijos y juegos mentales para conseguir que sus contemporáneos reflexionaran y cuestiona ran todo lo que daban por hecho. Su objetivo era contribuir a que la gente llevara una vida buena y satisfactoria, pero la picardía de su método lo conduciría finalmente a ser acusado y juzgado por burlarse de la democracia y la moral pública, corromper a los jóvenes y enseñarles a desobedecer a sus padres. Cuando se le declaró culpable, la ley le permitía escoger su pena. Es seguro que si hubiera elegido el exilio se le habría concedido. Pero, siempre polémico, sostuvo que lo que realmente se merecía era una pensión vitalicia como benefactor de la sociedad, pero que accedía a pagar una multa. El jurado se sintió insultado y le mandó suicidarse (por una mayoría mucho más amplia que la que le había hallado culpable). Tras un intervalo en el que, según Platón, habló con elocuencia del alma, bebió la cicuta al atardecer.
Peter Watson
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