domingo, 9 de febrero de 2025

 En una época en que se daba más importancia al conocimiento del alma, a la amplia serie de virtudes y vicios para acceder a la plenitud espiritual, Spinoza, en cambio, muestra que el viaje hacia la libertad y la felicidad se inicia más bien por la exploración en profundidad de nuestros deseos y emociones. Si insiste tanto en esta cuestión –explica– es para liberarnos de una cruel ilusión: la del libre arbitrio. No es que Spinoza rechace cualquier idea de libertad, sino que esta, contrariamente a la conciencia que tenemos de ella, no reside en nuestra voluntad, permanentemente influida por una causa exterior. Sometido a una ley universal de la causalidad (aquí hallamos un concepto fundamental común al budismo y al estoicismo), el hombre no se liberará de su servidumbre interior más que con ayuda de la razón, tras una larga labor de autoconocimiento, para evitar verse impulsado inconscientemente por sus afectos y unas ideas inadecuadas. El hombre no nace libre, se hace: la Ética pretende dotarlo de un método para acceder a esa libertad jubilosa que Spinoza considera como una auténtica salvación, una liberación: «Llamo servidumbre a la impotencia del hombre en gobernar y reducir sus afectos; sometido a estos, el hombre no depende de sí mismo sino de la fortuna, cuyo poder sobre él es tal que a menudo está obligado, viendo lo mejor, a hacer lo peor»

Frederic Lenoir

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