jueves, 18 de junio de 2020

Luis Buñuel

Todos nosotros hemos amado y respetado todo aquello que tiene vida, incluso vida vegetal. Creo que todos los seres vivos nos respetan y nos aman a su vez. Podríamos cruzar una selva infestada de fieras sin correr peligro. Una sola excepción: LAS ARAÑAS. Son unos monstruos horribles y aterradores que en cualquier momento pueden amargarnos la vida. Una extraña morbosidad buñuelesca hace de ellas el tema principal de nuestras charlas familiares. Nuestros relatos sobre las arañas son fabulosos. Dicen que mi hermano Luis, al ver a un monstruo de ocho ojos con la boca rodeada de pedipalpos ganchudos, perdió el conocimiento en un parador de Toledo donde estaba comiendo y no volvió en sí hasta llegar a Madrid. Mi hermana mayor no encontraba una hoja de papel lo bastante grande para dibujar la cabeza y el tórax de la araña que la espiaba en un hotel. Casi llorando, nos describió los cuatro pares de miradas que le lanzó la fiera cuando un botones, con una sangre fría incomprensible, la sacó de la habitación cogida por una pata. Mi hermana, con su bonita mano, imita el paso vacilante y horrible de las arañas viejas, peludas y polvorientas que arrastran tras sí sucios jirones de su propia sustancia y, con una pata amputada, cruzan por los recuerdos de nuestra niñez. La última aventura me ocurrió no hace mucho. Bajaba la escalera cuando detrás de mí sonó un ruido blando y repugnante. Presentí lo que era. Sí; allí estaba la enemiga ancestral de los Buñuel. Me sentí morir y nunca olvidaré el ruido horrible de la vejiga infernal que hizo cuando la aplastó el pie del chico que traía los periódicos. Estuve a punto de decirle: «Me has salvado algo más que la vida.» Todavía me pregunto con qué horrible propósito me seguiría de aquel modo. ¡Arañas! Nuestras pesadillas y nuestras conversaciones fraternales están llenas de ellas. Casi todos los animales enumerados eran propiedad de mi hermano Luis, y nunca vi seres mejor tratados y cuidados, cada cual según sus propias necesidades biológicas. Aún hoy sigue amando a los animales, y sospecho que incluso trata de no odiar a las arañas. 

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