lunes, 15 de junio de 2020
Jordan Peterson
Después de toda una vida dedicada a buscar la verdad y a educar a sus compatriotas, Sócrates se vio sometido a un juicio por delitos contra la ciudad-Estado de Atenas, su hogar natal. Quienes lo acusaban le dejaron numerosas oportunidades para que se fuera y así se evitara cualquier problema. Pero el gran sabio ya había sopesado y rechazado esta posibilidad. Su compañero Hermógenes lo contempló mientras «hablaba de todo tipo de temas» menos de su juicio y le preguntó por qué aparentaba estar tan despreocupado. Sócrates le respondió primero que se había preparado durante toda su vida para defenderse,129 pero luego dijo algo más misterioso y significativo. Cuando se paraba a pensar en estrategias que pudieran ayudarlo a librarse «por todos los medios» —o incluso cuando se limitaba a considerar sus posibles acciones durante el juicio—, se veía interrumpido por su señal divina, su espíritu divino, su voz o daemon. Sócrates habló acerca de
esta voz en el propio juicio. Dijo que uno de los elementos que lo diferenciaban de otros hombres era su absoluta disposición a escuchar sus advertencias, es decir, a dejar de hablar y dejar de actuar cuando la voz mostraba su oposición. Si los propios dioses lo habían considerado más sabio que los otros hombres era en parte por este motivo, de acuerdo con el mismísimo oráculo de Delfos, a quien se le reconocía la capacidad de juzgar este tipo de cosas.134 Puesto que esa voz interna que le merecía tanta confianza se oponía a la huida (o incluso a defenderse a sí mismo), Sócrates enfocó de forma radicalmente distinta la importancia de su juicio. Empezó a plantearse que podía tratarse de una bendición en vez de una desgracia. Le confió a Hermógenes que había llegado a la conclusión de que el espíritu que siempre había escuchado le podía estar ofreciendo una salida de la vida fácil para él y al mismo tiempo «la menos engorrosa» para sus amigos, «con el cuerpo sano y un alma capaz de mostrar afecto», sin sufrir las aflicciones de las enfermedades o las vejaciones de la extrema vejez. La decisión de Sócrates de aceptar su destino le permitió alejar el terror ante la cercanía de la muerte, antes y durante el juicio, después de que se pronunció la sentencia e incluso más tarde, durante su ejecución.Entendió que su vida había sido tan rica y tan plena que podía ponerle fin con elegancia. Se le había dado la oportunidad de dejar todo en orden y se dio cuenta de que podía escapar a la lenta y terrible degeneración de la vejez. Comprendió así que lo que le estaba sucediendo era un regalo de los dioses y que por ello no tenía sentido defenderse de sus acusadores, o por lo menos hacerlo con el objetivo de demostrar su inocencia y escapar a su destino. En vez de eso, le dio la vuelta a la situación y se dirigió a los jueces de tal forma que el lector consigue entender precisamente por qué el consejo de la ciudad quería acabar con él. Y entonces se tomó el veneno, como todo un hombre. Sócrates rechazó lo que le convenía y la consiguiente necesidad de manipular. En su lugar eligió, en las circunstancias más dramáticas, continuar su búsqueda del significado y de la verdad. Dos mil quinientos años más tarde, recordamos su decisión y el hacerlo nos reconforta. ¿Qué lección podemos sacar? Si abandonas las falsedades y vives de acuerdo con los dictados de tu conciencia, mantendrás tu nobleza incluso ante la mayor de las amenazas. Dejándote guiar con convicción y valentía por el mayor de los ideales, obtendrás mayor seguridad y fuerza de la que podrías alcanzar si te concentraras cerrilmente en tu propia estabilidad. Si vives de forma verdadera y plena, podrás descubrir un significado tan profundo que te proteja del miedo a la muerte.
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