viernes, 6 de octubre de 2023

Rutger Bregman

  En el verano de 1999, todos los médicos belgas llegaron a la misma conclusión. Tal vez hubiera algún problema con las botellas de Coca-Cola que consumieron los niños de aquella escuela de Bornem, eso no se puede descartar. Pero en el resto del país lo que se produjo no pudo ser otra cosa que una «enfermedad psicogénica masiva». O, dicho en lenguaje corriente: era todo imaginación de los niños. Lo cual no quiere decir que los pacientes fingieran. Más de mil niños belgas se pusieron malos de verdad, con fiebre y mareos. Lo que se nos mete en la cabeza puede acabar haciéndose realidad. Si hay algo que podemos aprender del efecto nocebo es que las ideas nunca son simples ideas. Lo que creemos que somos es lo que acabamos siendo. Lo que buscamos es lo que encontramos. Y lo que predecimos es lo que acaba ocurriendo. Tal vez te preguntes adónde quiero ir a parar con todo esto. La respuesta es muy sencilla: nuestra imagen negativa del ser humano es un nocebo. Si estamos convencidos de que la mayoría de las personas no son de fiar, así es como trataremos a los demás. Y, con ello, haremos que aflore a la superficie lo peor de cada uno de nosotros. En última instancia, hay pocas ideas que tengan una influencia tan decisiva en el mundo como nuestra imagen del ser humano. Lo que damos por supuesto en los demás es lo que acabamos encontrando en ellos. Si queremos hallar respuestas para los grandes retos de nuestra era –desde el cambio climático hasta la creciente desconfianza entre las personas–, creo que deberíamos empezar por cambiar la imagen que tenemos del ser humano.


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