lunes, 30 de octubre de 2023

James Clear

 En 1965 un hombre de nacionalidad húngara llamado Laszlo Polgar escribió una serie de extrañas cartas a una mujer llamada Klara. Laszlo era un firme creyente en el trabajo duro. De hecho, era eso en lo único en que creía y rechazaba por completo la idea del talento innato. Proclamaba que con práctica dirigida y el desarrollo de buenos hábitos, un niño podía convertirse en un genio dentro de cualquier especialidad. Su lema era: «Un genio no nace, un genio se entrena y se educa». 1 Laszlo creía tan firmemente en esta idea que quería ponerla a prueba con sus propios hijos. Le escribía a Klara porque necesitaba una esposa dispuesta a aceptar el reto. Klara era maestra y, aunque no era tan categórica como Laszlo, también creía que con la instrucción apropiada, cualquiera podía desarrollar sus habilidades. Laszlo decidió que el ajedrez sería un campo apropiado para poner en práctica el experimento y trazó un plan para criar a sus hijos para que llegaran a ser prodigios del ajedrez. Los niños se educarían en su casa, una total rareza en la Hungría de aquella época. La casa estaría llena de libros de ajedrez y de imágenes de jugadores de ajedrez famosos. Los niños jugarían entre ellos de manera constante y competirían en los mejores torneos que pudieran encontrar. La familia seguiría un meticuloso sistema de archivo con la historia de los torneos jugados por cada uno de los competidores que los niños enfrentaran. Sus vidas estarían dedicadas al ajedrez. Laszlo le hizo la corte a Klara con éxito y en pocos años los Polgar se convirtieron en los padres de tres niñas: Susan, Sofia y Judit. Susan, la mayor, empezó a jugar ajedrez cuando tenía 4 años. Después de un período de seis meses, ya podía derrotar a jugadores adultos. Sofia, la hija de en medio, lo hizo aún mejor. A la edad de 14 años, era la campeona del mundo y, unos años después, se convirtió en gran maestra. Judit, la más joven, fue la mejor de todas. A la edad de 5 años, ya podía derrotar a su padre. A los 12, fue la jugadora más joven en entrar a la lista de los cien mejores jugadores del mundo. A la edad de 15 años y cuatro meses, se convirtió en la gran maestra más joven de todos los tiempos — más joven incluso que Bobby Fischer, el jugador que ostentaba el título antes que ella—. Por 27 años consecutivos, ella fue la jugadora de ajedrez número uno en todo el mundo. La niñez de las hermanas Polgar fue completamente atípica, por decir lo menos. Y, sin embargo, si les preguntas acerca de su infancia, ellas afirman que su estilo de vida era atractivo y placentero. En entrevistas, las hermanas se refieren a su infancia como entretenida en lugar de extenuante. Les encantaba jugar ajedrez y lo hacían todo el tiempo de manera incansable. Una vez, según cuentan, Laszlo encontró a Sofia jugando ajedrez en el baño en medio de la noche. Exhortándola a regresar a la cama, le dijo: «¡Sofia, deja esas piezas en paz!». A lo que ella contestó: «Papá, son ellas las que no me dejan a mí!». Las hermanas Polgar crecieron en una cultura que le daba prioridad al ajedrez sobre cualquier otra cosa —las alababa por ello y las recompensaba por ello—. En su mundo, la obsesión por el ajedrez era normal. Y como estamos a punto de ver, los hábitos que son normales dentro de tu cultura, son los más atractivos hábitos que podemos encontrar.

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