De niño era un chico frágil, ansioso, excesivamente receptivo, o la chica descrita por Collete, que no puede hacer más que presenciar cómo sus padres se dañan a sí mismos, con sus grandes ojos negros alargados en una suerte de dolorosa atención. La soledad es cariñosa con los escritores, y es en compañía de la soledad donde ellos pueden encontrar la esencia de la felicidad. Es una felicidad contradictoria, una mezcla de dolor y deleite, un triunfo ilusorio, un tormento mudo y omnipresente, nada parecido a un inquietante tono breve. El escritor, mejor que nadie, sabe cómo cultivar la vital y venenosa planta, la única que crece sólo en la tierra de su propia impotencia. El escritor quiere hablar por todos y para cada era: allí está él, ahí está ella, cada uno solo en su habitación mirando el espejo blanquecino de la página vacía, bajo la pantalla de la lámpara destilando su luz secreta. O sentado frente a la muy brillante pantalla de la computadora, escuchando el sonido de unos dedos jugando con las llaves. Este, entonces, es el bosque del escritor. Y cada escritor conoce muy bien cada pasillo de ese bosque. Si, una y otra vez, algo escapa, como un ave lanzada por un perro al amanecer, entonces el escritor mira, sorprendido —esto pasa meramente por azar, en perjuicio de uno mismo. No es mi deseo, de este modo, regodearme en la negatividad. La literatura —y este es el punto al que quiero llegar— no es ninguna reliquia arcaica que debe, lógicamente, ser reemplazada por las artes audiovisuales, el cine, en particular. La literatura es un complejo, difícil patíbulo, pero sostengo que ahora es más vital que en la época de Victor Hugo o Byron. Hay dos razones por las que la literatura es necesaria: Primero, porque la literatura está hecha del lenguaje. El sentido primario de la palabra: letras, que son escritas. En francés, la palabra “roman” se refiere a esos textos en prosa que por primera vez después de la Edad Media usaron el nuevo lenguaje hablado por la gente, una lengua romance. Y la palabra para “relato corto”, nouvelle, también deriva de su noción de novedad. Aproximadamente al mismo tiempo, en Francia, la palabra rimeur (de rima o ritmo) decayó en uso para designar a la poesía y a los poetas —las nuevas palabras vinieron del verbo griego poiein, crear. El escritor, el poeta, el novelista, son creadores. Esto no significa que ellos inventan el lenguaje, significa que usan al lenguaje para crear belleza, ideas, imágenes. Es por ello que no podríamos hacerlo sin él. El lenguaje es la más extraordinaria invención en la historia de la humanidad, el que vino antes que todo y que hace posible compartir todo. Sin lenguaje no habría ciencia, tecnología, leyes, arte, amor. Pero sin otra persona con quien interactuar, la invención se convierte en virtual. Se atrofia, disminuye, desaparece. Los escritores, en cierto grado, son defensores del lenguaje. Cuando escriben sus novelas, su poesía, sus obras, mantienen vivo al lenguaje. Ellos no sólo están usando palabras —al contrario, están al servicio del lenguaje. Lo celebran, lo afilan, lo transforman, porque el lenguaje vive a través de ellos y por causa de ellos, y él acompaña todas las transformaciones sociales y económicas de su era. Cuando, en el último siglo, fueron expresadas las teorías racistas, se hablaba de diferencias fundamentales entre culturas. En una suerte de absurda jerarquía, se dibujó una correlación entre el éxito económico de los poderes coloniales con su pretensión de superioridad cultural. Dichas teorías, como un febril, insano impulso, tendieron a resurgir aquí y allá, una y otra vez, para justificar el neocolonialismo y el imperialismo. Allí había, se nos dijo, algunas naciones que se quedaron rezagadas, que no habían conquistado sus derechos y privilegios allí donde el lenguaje está implicado, porque estaban atrasados económicamente o tecnológicamente rebasados. ¿Pero se han dado cuenta aquellos que ponderan su superioridad cultural, de que todas las personas, el mundo entero, sin importar su grado de desarrollo, usan el lenguaje? ¿Y de que cada uno de esos lenguajes tiene, de manera idéntica, un ordenamiento lógico, complejo, estructurado, con rasgos analíticos que les permiten expresar el mundo, que les permiten hablar de ciencia o inventar mitos? Ahora que he defendido la existencia de esa ambigua y un tanto pasada de moda criatura a la que llamamos escritor, me gustaría regresar a la segunda razón por la que se necesita la literatura, y que tiene más que ver con la fina profesión de publicar. En estos días se ocupa mucho tiempo en hablar de globalización. Se olvida que, de hecho, el fenómeno inició en Europa durante el Renacimiento, con el inicio de la época colonial. La globalización no es una cosa mala en sí. La comunicación ha acelerado progreso en medicina y ciencia. Tal vez, la generalización de la información contribuya a prevenir conflictos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario