martes, 19 de septiembre de 2023

Cristina Martin

  En los años 70, Salvador Allende acudió a la sede de las Naciones Unidas para pronunciar su famoso y emotivo discurso, en el que habló acerca de la existencia de un «conflicto frontal» entre los pueblos y las compañías transnacionales «que no dependen de ningún estado (…) y que constituyen un gran peligro (…)» para los pueblos. El presidente concluyó diciendo que pese a todo, «los valores de la humanidad no podrán ser destruidos». El socialismo de Allende, que además era masón (Gran Maestre de la Gran Logia de Chile), había expropiado sus tierras a los latifundistas poniéndolas en manos de los campesinos pobres. Por este tipo de medidas, el presidente se había convertido en la principal obsesión del secretario de Estado de EEUU, Henry Kissinger, que había llevado la situación hasta las reuniones de Bilderberg. El entonces embajador estadounidense en Chile, Edward Korry, recordaba en un reciente documental cómo se enervaba Kissinger al referirse a Allende: «golpeaba su puño contra la mano y gritaba que iba a destruirlo, que iba a hundirlo económicamente. Lo llamaba hijo de puta, cabrón». El embajador apuntó que Allende «se estaba adentrando en un terreno desconocido, sin ejemplos, sin modelos. Quería instaurar una sociedad marxistaleninista y quería que la clase burguesa lo aceptara, lo que suponía el suicidio de la burguesía. Castro le dijo que sin ejército no podía hacerlo, algo que el comandante había aprendido de Lenin. Allende era una buena persona, pero quería ser un héroe del panteón marxista-leninista». El presidente chileno nunca hizo caso del consejo de Fidel Castro referente a utilizar al ejército porque él creía firmemente en la paz. Por ello, cuando Kissinger promovió el golpe de estado y los militares entraron en la casa de la Moneda el presidente se suicidó. Cuando Salvador Allende ganó las elecciones, EEUU había invertido dos millones setecientos mil dólares en la campaña electoral de su adversario político, que fueron pagados por la CIA y por los sectores público y privado estadounidense. Pero también por las Casas Reales de Bélgica, de los Países Bajos, entre ellas la Corona Holandesa del Príncipe Bernardo, así como el Vaticano y un partido de Italia. Se trataba de una campaña propagandística para contrarrestar el discurso marxista-leninista de Allende, al que consideraban una influencia desestabilizadora de carácter soviética. Estabilidad en el vocabulario de los bilderberges significa seguridad para las empresas multinacionales y para las clases altas que las gestionan. Nixon había ordenado a la CIA que Allende no fuera investido presidente, pero los planes no surgieron según lo previsto. Para Kissinger, el mandatario chileno era «un virus», una manzana podrida, un arma poderosa de propaganda contraria que había que aniquilar recurriendo a uno de los dos modelos que EEUU utilizaba en América Latina para aniquilar a los contrarios.


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