Pocas cosas se parecen tanto a la muerte como el desamor. Por eso no es casual que en psicoanálisis utilicemos el mismo nombre para el trabajo que debe hacer una persona cuando alguien lo deja de amar o cuando muere un ser querido: duelo.
¿Y qué otra cosa es el desamor sino la pérdida del reconocimiento de un otro amado y deseado?
Observemos la reacción de aquel que sufre por esto y veremos su desesperación, su imposibilidad de comprender lo que le está ocurriendo e incluso su sensación de incredulidad. Y en medio de todo esto, por supuesto, la angustia.
La historia es conocida. Goethe se había enamorado perdidamente de una joven que lo abandonó y, con el dolor propio del amante rechazado, su vida se vio invadida por un profundo sufrimiento.
Asediado por las imágenes de su amada, comenzó a escribir una novela:
Las desventuras del joven Werther, en la cual el protagonista es abandonado por la mujer que ama y es tanto su dolor que se suicida. Tal fue el furor causado por esta obra que muchos enamorados rechazados, identificándose con el personaje, optaron por suicidarse. Ante esto que se conoció en su época como «El mal de Werther», el propio autor salió al cruce aludiendo que una cosa era que, ante un desengaño amoroso, alguien escribiera la novela de un joven que se mata por amor —eso es hacer arte del dolor, sublimar— y otra muy distinta es suicidarse porque han dejado de amarnos. Eso es sólo un acto enfermo y trágico.
Obviamente, pocas personas tienen el genio de Goethe, pero lo cierto es que, de todos modos, algo puede hacerse para no quedar atrapado por la angustia que genera la falta de reconocimiento
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