Un hombre de negocios estadounidense se fue de vacaciones a un pueblecito costero de México, obedeciendo órdenes de su médico.
Como no podía dormir tras recibir una llamada urgente de la oficina la primera mañana, fue dando un paseo hasta el muelle para tomar el aire. Una pequeña barca con un único pescador acababa de atracar. Dentro había varios atunes de aleta amarilla de gran tamaño. El estadounidense felicitó al mexicano por la calidad de su pescado.
—¿Cuánto ha tardado en cogerlos? —preguntó.
—Sólo un ratito —contestó el mexicano en un inglés sorprendentemente fluido.
—¿Por qué no se queda más tiempo y pesca más? —siguió el estadounidense.
—Tengo suficiente para mantener a mi familia y dar algunos a amigos —dijo el mexicano mientras los pasaba a una cesta.
—Pero... ¿qué hace el resto del tiempo?
El mexicano le miró y sonrió.
—Me levanto tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, me echo la siesta con mi mujer, Julia, y voy al pueblo todas las noches dando un paseo, donde bebo vino y toco la guitarra con mis amigos. Tengo una vida plena y ocupada, señor.
El estadounidense se rió alzándose cuan alto era.
—Señor, soy licenciado en administración de empresas por Harvard y puedo ayudarle. Debería pasar más tiempo pescando y, con las ganancias, comprar una barca más grande. En poco tiempo, podría comprarse varias barcas al ser mayor la redada. Con el tiempo tendría una flota de barcos de pesca. En lugar de vender lo que faene a un intermediario, lo vendería directamente al consumidor, hasta abrir su propia enlatadora. Entonces tanto la adquisición del producto como el procesamiento y la distribución estarían en sus manos.
»Tendría que marcharse de esta pequeña aldea costera de pescadores, claro, y mudarse a Ciudad de México, luego a Los Ángeles y más tarde a Nueva York, desde donde dirigiría su empresa en expansión con un equipo directivo en condiciones.
El pescador mexicano le preguntó:
—Pero señor, ¿cuánto tiempo llevará todo eso?
A lo que el estadounidense respondió:
—Quince o 20 años. Como mucho 25.
—¿Pero luego qué, señor?
El estadounidense se rió y le dijo:
—Eso es lo mejor. Cuando llegue el momento, anunciaría su salida a bolsa y vendería sus acciones al público, haciéndose muy rico. Ganaría millones.
—¿Millones, señor? ¿Y luego qué?
—Luego se jubilaría y se mudaría a un pequeño pueblecito costero, donde se levantaría tarde, pescaría un poco, jugaría con sus hijos, se echaría la siesta con su mujer, Julia, e iría al pueblo todas las noches dando un paseo, para beber vino y tocar la guitarra con sus amigos...
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