Cuando los niños dicen que la memoria es eso que sirve para olvidar, tienen más razón de lo que a primera vista pudiera parecernos. Ser capaz de olvidar es la base de la cordura. Recordar incesantemente conduce a la obsesión y a la locura. Así pues, el problema al que me enfrentaba en la soledad de mi celda de castigo, donde el recuerdo incesante amenazaba con tomar el control de mi persona, era el problema del olvido. Cuando jugaba con las moscas o jugaba al ajedrez contra mí mismo o me comunicaba con los nudillos, conseguía olvidar, al menos, durante un rato. Pero lo que en verdad deseaba, sin embargo, era olvidarlo todo.
Me aguardaban los recuerdos de la infancia de otras épocas y de otros lugares, ese «rastro de nubes de gloria», como decía Wordsworth. Si de niño había tenido esos recuerdos, ¿se habrían perdido irremediablemente al convertirme en adulto? ¿O acaso perduraban, dormidos, atrapados en las neuronas de mi cerebro, de modo similar a como estaba yo atrapado en las celdas de castigo de San Quintín?
Se sabe de condenados a cadena perpetua, recluidos en celdas de castigo, que han resucitado y han podido ver la luz del sol de nuevo. ¿Por qué entonces no habrían de resucitar también las remembranzas de otros mundos que había vislumbrado el cerebro del niño?
Pero ¿cómo? A mi juicio, mediante el olvido absoluto del presente y del pasado de uno mismo.
Y de nuevo me pregunto, ¿cómo? Hipnosis. Si por medio de la hipnosis consiguiéramos que se durmiera la conciencia y se despertara el subconsciente, entonces lo lograríamos; entonces las puertas de todas las prisiones de la mente se abrirían de par en par y todos los presos renacerían para ver la luz del sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario