miércoles, 13 de octubre de 2021

 Freud supone que tu superego o tu conciencia son en primer lugar la interiorización de los deseos, exigencias e ideales de padre y madre, quienquiera que sean. ¿Y si fueran unos criminales? ¿Qué clase de conciencia tendrías? ¿Y si tuvieras un padre de moral extremadamente rígida, que odia toda diversión? ¿Y si fuera un psicópata? Esta conciencia existe; Freud tenía razón. En gran parte nuestros ideales proceden de estas imágenes tempranas y no de los libros de la Escuela Dominical leídos con posterioridad. Pero hay también otro elemento en la conciencia, o si queréis, otro tipo de conciencia que todos poseemos en grado fuerte o débil. Se trata de la «conciencia intrínseca». Se basa en la percepción inconsciente o preconsciente de nuestra propia naturaleza, de nuestra propia «vocación» en la vida. Insiste en que seamos fieles a nuestra propia naturaleza y no la neguemos por debilidad, conveniencia o por cualquier otra razón. Quien traiciona su talento, quien ha nacido pintor y en su lugar vende medias, el hombre inteligente que vive una vida estúpida, el que contempla la verdad y mantiene cerrada la boca, el cobarde que rinde sus fuerzas, todos ellos perciben en el fondo que se han hecho una injusticia a sí mismos y se desprecian por este motivo. De este auto-castigo sólo puede resultar neurosis, pero hay también una posibilidad de que salga de él un coraje renovado, una justa indignación, un mayor respeto hacia sí mismo, debido a que después se ha cumplido con lo justo; en una palabra, por el camino del sufrimiento y el conflicto puede llegarse al desarrollo y perfeccionamiento.

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