Julián empezó a notar que se sentía sexualmente atraído por su vecina. Se consideraba un hombre feliz en su matrimonio, y su primera reacción fue reprocharse esa atracción. Pero pronto advirtió que era mejor comprenderse a sí mismo que practicar un autorreproche ciego. Se permitió experimentar (en su vida interior) dicha atracción sexual. Prestó atención a los sentimientos que su vecina despertaba en él, y dio rienda suelta a sus fantasías. Cobró conciencia de que lo que ansiaba no era tanto poseer a su vecina como obtener nuevos estímulos, y no porque estuviera aburrido de su mujer sino porque estaba aburrido de su trabajo. Vio que una mujer nueva ofrecía la promesa de una momentánea experiencia de eficacia, que su trabajo ya no le proporcionaba. No se sintió culpable; consideró su reacción frente a su vecina como una valiosa fuente de información sobre las frustraciones que albergaba en su interior. Sabía que no iba a traicionar a su esposa, pero se permitió imaginar cómo podía llegar a ser una aventura con su vecina. Esa noche, en la cena, le dijo a su esposa: "Esta tarde, durante la hora que estuve sentado en el patio, a solas, tuve una aventura de ocho meses con la señora de al lado". Su serenidad y su tono divertido indicaron a su esposa que no tenía nada que temer, así que le preguntó: "¿Y qué tal te fue?" Julián tomó a su esposa de la mano y respondió: "Fue frustrante. Sin sentido. No era eso lo que yo buscaba. Pero creo que me vendría bien cambiar de trabajo".
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