domingo, 25 de octubre de 2020

Alex Rovira

Mi abuela materna, Carmen, una mujer tremendamente cariñosa y divertidísima. De ella, la evocación natural que tengo es la ternura, el humor, la alegría y la compasión. Porque para mí no tiene sentido hablar… ¿Tiene sentido hablar de inteligencia sin compasión? Mi padre, un hombre formado a sí mismo, avidísimo lector, que tenía que importar libros de Argentina en la dictadura española que estaban prohibidos aquí, y eran libros de filosofía, de religiones comparadas. Pero yo recuerdo la mesilla de noche de mi padre llena de libros, y dejándolo como quien no quería sobre una mesa, para ver si alguno de los tres hermanos picábamos. Mi madre, mi madre por su enorme capacidad de amar, y, luego, te diría que las grandes maestra y maestros que he tenido eran gente humilde que, quizás, no tuvieron acceso a una formación superior. Por ejemplo, recuerdo a Josep, a José, un campesino, pero yo, muchas veces, los fines de semana, cuando tenía siete, ocho o nueve años, lo primero que hacía al llegar al pueblo era tomar la bicicleta, ahí en Aiguafreda, ir a ver a Josep y sentarme a su lado, y él me contaba cuando cosechaba, cuando sembraba, si el viento venía de levante, que auguraba tormenta; por qué las fuentes, cada vez, tenían menos agua… Era una especie de Walt Whitman este hombre sin saber que era un poeta y era un hombre que, seguramente, no sabía leer, seguramente era analfabeto, pero tenía una profunda conexión con el alma de las cosas. Y ese amor a la vida, y esa ternura hacia la naturaleza, y el cómo trataba a los animales… Era un hombre tremendamente respetuoso, era un hombre que nunca le oí hablar mal de nadie. Para mí fue un maestro fundamental, y todavía lo tengo muy presente.

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