alejarse paulatinamente de la fuente de adicción no es la estrategia más
recomendada. “Voy a consumir cada día menos crack”, puede resultar risible
para los que saben del tema. La adicción no se rompe lentamente. Puede
haber retrocesos, avances y recaídas, pero la lucha es a muerte. Para una
persona con predisposición a la adicción, no hay medias tintas. Un sorbo, una
fumada o el mínimo consumo puede ser definitivo para que la oscura puerta del
vicio vuelva a abrirse. “Voy a dejar a la persona que amo porque no me
conviene, pero poco a poco”, es como decir que me inyectaré menos. Es un
típico autoengaño. En realidad, lo que queremos es prolongar la permanencia
del estimulante afectivo.
Una de mis pacientes llevaba una total doble vida. Tenía novio des hacía
cuatro años, que le brindaba tranquilidad, estabilidad y fidelidad, y un amigo
desde hacía tres, que le ofrecía emoción, lujuria y energía en proporciones
abrumantes. Su razón marcaba un camino: alejarse del amigo porque se iba a
casar con el novio. Su emotividad señalaba otro camino: terminar con el
aburrido novio y entrar en un delicioso cortocircuito abierto y sin tapujos con el
amigo. Ambos tiraban para su lado y la presionaban: “Casémonos” y “déjalo”.
Lo que ella verdaderamente pretendía era rescatar lo mejor de cada uno, sin
perder a ninguno.
La situación se había vuelto insostenible. Llevar una vida por partida doble,
no solamente era agotador sino que la fibra de la moralidad empezaba a
resquebrajarse. La culpa no le daba tregua y la ansiedad la estaba matando.
Luego de analizar sesudamente las opciones, decidió dejar al amigo, bajar las
revoluciones y quedarse con la seguridad que el novio le ofrecía. Sin embargo,
su elección todavía no estaba afianzada: “Pongamos una meta de dos meses, doctor… Yo creo que es más fácil si lo hago despacio…” Introducir el desamor
paso a paso, es como colocar lentamente una jeringa para que duela menos.
Como es obvio, ella no fue capaz, cada “mini” distanciamiento le empujaba a
acercarse más. Cada reunión era una despedida a medio terminar, un acto
inconcluso que había que volver a retomar, una excusa para seguir. Al cabo de
dos meses de penosos intentos, me comunicó que había estado pensando
mejor la cosa y que al que iba a dejar ahora era al novio. Su propuesta no me
sorprendió demasiado: “Pongámonos una meta de dos meses doctor… Yo creo
que es mejor… No quiero que él sufra…” En el momento de escribir este relato,
ya han pasado cuatro meses de estar dejando al novio, y a veces, cuando la
nostalgia de lo que podría haber sido hace mella, reconoce que el amigo, pese
a todo, no llena totalmente sus expectativas. Atrapada sin salida.
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