Los amantes, como diría Sabines, se quieren en lo obscuro, en la noche, en donde no son vistos. Yo diría que buscan encuentros furtivos en donde se entregan por completo, un poco por adrenalina y otro poco por complicidad. Los amantes son amigos, juegan, se divierten y construyen un universo que recorren entre cuatro paredes, absortos de todo lo que les rodea. Se saben vistos y se esconden, se saben vulnerables y evitan hablar de temas que puedan comprometer la fragilidad de su relación.
Se saben queridos por instantes y añorados a todas horas. Los amantes se eternizan en el tiempo, porque de que otra manera podríamos llamar a la aventura. Los amantes sueñan y construyen mundos paralelos perfectos que saben nunca podrán habitar y se duelen en la distancia, en la falta de piel y cercanía, en los silencios telefónicos que sólo indican que no pueden ser escuchados ni llamar, que no pueden ser vistos, que son escondidos, prohibidos.
Un beso de un amante es tan refrescante como el rocío por la mañana; todo es frescura, las pláticas, los juegos.
Los amantes construyen castillos en el aire y los habitan, pues qué más podrían hacer. Son los amos del destiempo, “no nos conocimos a tiempo, si te hubiera conocido antes”. Los amantes son locura por definición, y creo que en ello radica gran parte de su encanto.
¿Pero por qué las relaciones formales pierden todo esto que sí tienen los amantes? Por la distancia que se forma en la rutina, en lo cotidiano, en los deberes, que nos van alejando cada día más. Los amantes tienen ese primer encuentro del ser amado, tienen la magia del primer amor con la experiencia de muchos más. Son aparentemente un tesoro perdido y cuando se encuentra no se quieren dejar ir, se convierten en la perla más preciada, aunque sólo brillen de noche, en la obscuridad. Son como vampiros, nacen en la noche, la habitan y ahí deben permanecer. Cuando los amantes cambian de posición y salen a la luz, se calcinan, dejan de ser lo que fueron y se convierten en lo cotidiano.
El amor es un juego limpio que nace en la luz, los amantes en cambio son pasión, aventura, desenfreno y, por qué no, a veces ternura y consuelo.
Los amantes brindan ese espacio de emoción perdido, porque no hay compromisos, ni promesas por cumplir, no hay ataduras, pero a la vez, duelen, porque al final nos enamoramos, aunque sepamos con claridad que no puede ser; el corazón y la cabeza no pueden distinguir lo que es real de lo que no lo es. Y aquí comienza el sufrimiento. Generalmente una parte sufre más que la otra, porque muchas veces una tiene una relación formal e incluso familia y la otra no; así comienzan los desequilibrios, el amor no puede darse por principio de cuentas en la diferencia, se llama injusticia, y ése no es el territorio del amor, pero sí del ego, que quiere tener más, que quiere poseer, que sólo quiere sentir placer a costa de lo que sea.
Aunque un amante no pretenda ser cruel, termina siéndolo, por tantos y tantos impedimentos, como podría ahí florecer el amor. Los amantes o los frees, como modernamente son llamados, no son más que piel, deseo, son tantas cosas retenidas y no compartidas. Son miedo al compromiso, miedo a vivir una vida de pareja, son una huida fácil, una droga, porque por supuesto que son adictivos.
Tan mágicos y tan efímeros, se disuelven en lágrimas, que son lloradas amargamente, porque no hay una relación que se sufra más y que duela más que la lejanía o la partida de un amante. Son alucinaciones en el desierto, oasis inexistentes, sueños fugaces. Son pura y plena idealización, lo que no significa que el otro no sea maravilloso, pero es maravilloso porque no está de planta, porque no se quedan en la cotidianidad.
Volteemos entonces a las relaciones duraderas, a los compromisos de vida, a toda la dificultad que ello implica, porque tener un compañero de viaje, es la gran aventura, cambiamos, envejecemos, se concentran nuestros caracteres, pero al final, estamos juntos, unidos, con tantas historias a cuestas, batallas ganadas y perdidas. Tal vez una relación larga vaya perdiendo la frescura de los amantes, pero si sabemos que la vida se define por detalles, podremos entonces colocarle un poco de la emoción perdida. Un fin de semana fuera de casa, ir al cine, flores para un día especial o sólo por querer darlas, sonrisas, juegos, todo eso se puede tener. Porque el amor se cultiva como una flor, se le cuida, se le da agua, se sigue su proceso en las estaciones de la vida.
Un amor duradero, es la verdadera magia, saber que alguien ha seguido el rastro de nuestra historia, la que hemos construido juntos, aquella que por momentos nos hace reír, nos distancia por la presencia de los hijos y las edades productivas que son tan ocupadas y estresantes, pero después, nos devuelve al inicio, al ser amigos, amantes, compañeros. Creo que nada puede ser cambiado por esto, porque al final, las cosas que más valen la pena en este mundo se cocinan a fuego lento, con paciencia y con amor.
No condenemos a los amantes, pero aprendamos de ellos, aprendamos que es importante mantener la frescura, la emoción, el juego, las risas, la complicidad. Todo lo que un amante nos puede brindar como un espejismo, lo podemos tener de vuelta si volteamos a ver a nuestro compañero y le sonreímos, si somos caballerosos, amables, si cocinamos lo que les gusta, si somos detallistas, si recordamos las verdaderas razones que nos llevan a estar unidos. Si recorremos nuestra historia, nuestras batallas, si podemos dejar atrás nuestros rencores y todo lo malo que nos hemos hecho, porque quién mejor que nuestro compañero de vida para recorrer el camino; quién mejor que alguien que nos conoce de cabo a rabo, a quien no podemos engañar, pero con quien podemos ser felices siempre y cuando con constancia y dedicación, lo hagamos reír, soñar, disfrutar, y sentir todo nuestro amor en nuestra presencia. Yo creo que no es tan difícil, no debemos dar nada por sentado, porque el día en que pensamos que el otro está ahí como parte de la decoración o del mobiliario, nosotros mismos nos hemos perdido. Por qué no darle a esa persona que ha estado todo este tiempo a nuestro lado esa magia que podríamos darle a un amante; al final, es algo merecido, ganado y demostraría en realidad que el amor vale la pena conservarlo y cuidarlo, que no tiene fin y que puede iluminar todos nuestros días hasta el momento de partir.
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