viernes, 13 de mayo de 2022

 Río de Janeiro, Brasil Seis metros y acercándonos. «¡Corre! ¡Correeeeeeeeee!» Hans no hablaba portugués, pero el significado estaba muy claro: a toda pastilla. Las deportivas se agarraban con firmeza a la accidentada roca y lanzó el pecho hacia delante, hacia aquella nada de novecientos metros. Contuvo el aliento en el último paso, y el pánico lo dejó casi inconsciente. Se le nubló la vista por la periferia, como reducida a un mero punto de luz, y luego… flotaba. El azul celeste del horizonte impactó en su campo visual y lo invadió todo un instante después de notar que la corriente térmica ascendente lo había atrapado a él y las alas del parapente. El miedo había quedado atrás en la cumbre de la montaña, y cientos de metros por encima de las verdes selvas tropicales resplandecientes y de las prístinas playas blancas de Copacabana, Han Keeling había visto la luz. Eso fue un domingo. El lunes Hans regresó a su oficina en un bufete de abogados de Century City, el paraíso de las empresas de postín de Los Ángeles, y presentó de inmediato su notificación con tres semanas de antelación. Llevaba casi cinco años haciendo frente a la alarma del despertador con un mismo temor: «¿Tengo que hacer esto durante cuarenta o cuarenta y cinco años más?». Una vez había dormido debajo de la mesa de la oficina por un agotador proyecto que tenía a medio hacer para despertarse a la mañana siguiente y continuar trabajando en él. Aquella mañana se hizo una promesa a sí mismo: «Dos veces más y me largo de aquí». El tercer golpe llegó el día antes de irse de vacaciones a Brasil. Todos nos hacemos promesas así, y también Hans se las había hecho con anterioridad, pero ahora las cosas eran un poco diferentes. Él era diferente. Mientras descendía en lentos círculos hacia la superficie había descubierto algo. Los riesgos no son tan terribles cuando los afrontas. Sus compañeros le dijeron lo que esperaba oír: lo estaba tirando todo por la borda. Era un abogado ascendiendo a lo más alto. ¿Qué demonios quería? Hans no sabía exactamente qué quería, pero lo había probado. Por otra parte, sí tenía claro qué lo aburría hasta la desesperación, y ya había tenido suficiente. No pasaría más días como un muerto viviente, no más cenas con compañeros comparando coches, con el subidón de la compra del último BMW hasta que alguien comprara un Mercedes más caro. Eso se había terminado. De inmediato empezó a producirse un cambio extraño. Por primera vez en mucho tiempo, Hans se sintió en paz consigo mismo y con lo que hacía. Siempre lo habían aterrorizado las turbulencias en los aviones, como si fuera a morirse teniendo dentro lo mejor de sí, pero ahora podía atravesar volando una intensa tormenta durmiendo como un bebé. Qué raro. Más de un año después, seguía recibiendo ofertas de trabajo que no había solicitado de despachos de abogados, pero para entonces ya había creado Nexus Surf, una empresa líder dedicada a la práctica del surf y el turismo de aventura con base en el paraíso tropical de Florianópolis, Brasil. Había conocido a la chica de sus sueños, una carioca con piel de color caramelo llamada Tatiana, y pasaba la mayor parte del tiempo relajado a la sombra de las palmeras o atendiendo a clientes para ofrecerles la mejor experiencia de su vida. ¿Era esto lo que había temido tanto? Ahora suele ver su antiguo yo en los profesionales infelices y extenuados que lleva a surcar las olas. Mientras esperan entre una y otra, exteriorizan sus verdaderos sentimientos: «Dios, me encantaría poder hacer lo que tú haces». Su respuesta es siempre la misma: «Puedes». La puesta de sol se refleja en la superficie del agua y ofrece un escenario casi zen para transmitir un mensaje que él sabe que es cierto: interrumpir indefinidamente tu trayectoria actual no significa tirar la toalla. Si quisiera, él podría retomar su carrera dentro de la abogacía exactamente donde la dejó, aunque es lo último que se le pasa por la cabeza. Mientras reman de vuelta a la orilla tras una sesión increíble, los clientes recuperan el control y la compostura. Ponen el pie en la playa y la realidad les hinca el colmillo: «Lo haría, pero la verdad es que no puedo tirarlo todo por la borda». Él se tiene que reír..

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