martes, 3 de mayo de 2022

 


Leer a Quiroga sin conocer su historia de vida es perderse totalmente el contexto artístico de su obra, es perderse parte de lo que las constituye como obras extraordinarias. Y puede que me digan: Darwin, no importa el contexto, lo importante es la obra. Y ciertamente, con muchos autores no es necesario saber el contexto con el que escribieron, pero en este caso es sumamente importante. Por eso, si están leyendo a Quiroga o lo piensan leer, deben poner atención a lo que estoy por contar.


La historia de vida de Quiroga, y lo digo sin exagerar, pareciera ser una ficción trágica y amarga nunca jamás escrita, nunca jamás pensada por ningún escritor, quizá debido a lo inverosímil de la consecutividad de tragedias que le acontecieron. 

Horacio nace un 31 de diciembre de 1878, y la vida, como una señal cósmica de los sucesos que vendrían, ya a pocos meses de su nacimiento, quedaría huérfano de padre, el cual, por accidente en una jornada de cacería se habría disparado a sí mismo con su escopeta y acabado por error con su vida. Horacio, al recibir esta tragedia tan pequeño, creció tranquilo, sin que el no tener padre le afectara demasiado. Ya, en su niñez, mostraba habilidad y cercanía con las letras y por el querer expresarse mediante ellas. 

Su madre se volvió a casar tiempo luego y él pudo encontrar esa figura paterna que le faltó en sus primeros años, y apreció mucho de encontrarla. No obstante, un día a sus 17 años de edad, al regresar del colegio y abrir la puerta de la habitación de su padrastro, lo pudo ver dispararse al rostro con una escopeta. Horacio lo presenció todo, y dichas imágenes siempre le atormentáron. 

Quiroga encontró un buen refugio en las letras, estas  le salían con gran naturalidad, expresando un talento incuestionable para quien le leyera. Inspirado en el escritor estadounidense Edgar Allan Poe, Quiroga empezó a desarrollar sus propios cuentos cortos a la edad de 19 años. 

La vida, o más bien la muerte, le hizo otra visita cuando Quiroga tenía 24 años de edad. Para ese momento la escena fue confusa e inminente. Quiroga limpiaba el arma de su mejor amigo y, por accidente, el arma se accionó, disparándose a toda velocidad un proyectil que terminó matando a Federico Ferrando, su mejor amigo. Fue a prisión pocos días, pero al demostrarse la naturaleza accidental del hecho lo terminan liberando. 

Quiroga desarrolló su talento como escritor y empezó a irle bien, incluso llega a ser profesor del Colegio Británico de buenos Aires. Como profesor conoció a quien sería su esposa, Ana María, quien era una de sus estudiantes. El fruto de ese matrimonio le daría a Quiroga 2 hijos. 

Lamentablemente, Ana María pasaría por una fuerte depresión, la cual la llevó a tomarse un químico para revelar fotografías, acabando así con su vida y dejando a Horacio viudo y a merced de otra tragedia. La pobre sufriría una muerte lenta que duraría días, en su mal estado decía arrepentirse, todo en medio de delirios. Quiroga vio a su esposa lentamente apagarse junto con sus hijitos. 

A Horacio cada tragedia lo llevaba a la soledad y la soledad a escribir. Un alma tan rota y llena de tragedias encontraba en la palabra escrita un desahogo, un grito profundo del cual nacerían sus obras. Y sí, obras inquietantes, terrorífica, que tratarían la muerte, pero magníficas en todos los aspectos. Por ello, no fue raro que para 1920 el escritor publicara lo que se consideran sus mejores obras, las mismas que lo harían inmortal. 

Luego de la muerte de Ana María, Quiroga vuelve a casarse y tiene una hija, pero su nueva esposa lo termina dejando al enterarse de que Quiroga tenía cáncer de próstata, el cual era terminal. El pobre Horacio decide acabar con su vida en el hospital al ingerir cianuro. Horacio Quiroga muere un 19 de febrero de 1937, dejando para la posteridad una obra inmortal.

Darwin Carballo Velásquez

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