Una novela que eche chispas desde la primera página a la
última seguramente no será muy buena novela. Tampoco las
vidas de los grandes hombres han sido apasionantes, excepto
en unos cuantos grandes momentos. Sócrates disfrutaba de un
banquete de vez en cuando y seguro que se lo pasó muy bien
con sus conversaciones mientras la cicuta le hacía efecto, pe-
ro la mayor parte de su vida vivió tranquilamente con Xanti-
pa, dando un paseíto por la tarde y tal vez encontrándose con
algunos amigos por el camino. Se dice que Kant nunca se
alejó más de quince kilómetros de Königsberg en toda su vi-
da. Darwin, después de dar la vuelta al mundo, se pasó el res-
to de su vida en su casa. Marx, después de incitar a unas
cuantas revoluciones, decidió pasar el resto de sus días en el
Museo Británico. En general, se comprobará que la vida tran-
quila es una característica de los grandes hombres, y que sus
placeres no fueron del tipo que parecería excitante a ojos aje-
nos. Ningún gran logro es posible sin trabajo persistente, tan
absorbente y difícil que queda poca energía para las formas
de diversión más fatigosas, exceptuando las que sirven para
recuperar la energía física durante los días de fiesta, cuyo me-
jor ejemplo podría ser el alpinismo.
La capacidad de soportar una vida más o menos monótona
debería adquirirse en la infancia. Los padres modernos tienen
mucha culpa en este aspecto; proporcionan a sus hijos dema-
siadas diversiones pasivas, como espectáculos y golosinas, y
no se dan cuenta de la importancia que tiene para un niño que
un día sea igual a otro, exceptuando, por supuesto, las ocasio-
nes algo especiales. En general, los placeres de la infancia
deberían ser los que el niño extrajera de su entorno aplicando
un poco de esfuerzo e inventiva. Los placeres excitantes y
que al mismo tiempo no supongan ningún esfuerzo físico,
como por ejemplo el teatro, deberían darse muy de tarde en
tarde. La excitación es como una droga, que cada vez se ne-
cesita en mayor cantidad, y la pasividad física que acompaña
a la excitación es contraria al instinto. Un niño, como una
planta joven, se desarrolla mejor cuando se le deja crecer sin
perturbaciones en la misma tierra. El exceso de viajes, la ex-
cesiva variedad de impresiones, no son buenos para los jóve-
nes, y son la causa de que, a medida que crecen, se vuelvan
incapaces de soportar la monotonía fructífera. No pretendo
decir que la monotonía tenga méritos por sí misma; solo digo
que ciertas cosas buenas no son posibles excepto cuando hay
cierto grado de monotonía.
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