viernes, 12 de febrero de 2021

 


Charles, un agradable ejecutivo, tenía todo lo necesario tras él: una educación admirable en Andover, Harvard, y en la Escuela de Negocios de Harvard; su abuelo y su padre habían sido banqueros de éxito, y su madre era la directora del consejo de administración de una eminente universidad para mujeres. Y tenía todo lo que hacía falta a su alrededor: un apartamento en San Francisco con una vista panorámica desde el Golden Gate hasta el Bay Bridge; una esposa encantadora y reconocida; un sueldo de seis cifras, y un Jaguar XKE descapotable. Y todo eso, a la avanzada edad de treinta y siete.

    Sin embargo, en su interior no había nada. Ahogado por las dudas sobre sí mismo, las recriminaciones y la culpa, Charles siempre sudaba cuando veía un coche de policía en la autopista.

Todo empezó una mañana —me dijo Charles—, cuando tenía ocho años. Un día gris y ventoso, mi padre, marinero olímpico, partió para realizar su navegación diaria, desde Bar Harbor, Maine, y nunca regresó. Ese día está fijo en mi mente: la espantosa vigilia de la familia; la tormenta que se volvía cada vez más hostil; el ir y venir inquieto de mi madre; nuestras llamadas a amigos y a la guardia costera; nuestra obsesión por el teléfono que estaba sobre la mesa de la cocina, cubierta por un mantel a cuadros rojos; nuestro miedo por el viento que chillaba mientras caía la noche. Y lo peor de todo fueron los lamentos de mi madre cuando, a la mañana siguiente, la guardia costera llamó por teléfono con la noticia de que habían encontrado el barco vacío flotando del revés. El cuerpo de mi padre nunca apareció.
    Las lágrimas cayeron por las mejillas de Charles y la emoción le cerró la garganta, como si el acontecimiento que acababa de narrar hubiera pasado el día anterior, y no veintiocho años atrás.
    —Ése fue el final de los buenos tiempos, el final de los cálidos abrazos de oso de mi padre y de nuestros juegos juntos a las herraduras, a las damas chinas, al Monopoly . Creo que en ese momento me di cuenta de que nada volvería a ser lo mismo.
    La madre de Charles estuvo de luto el resto de su vida, y nunca llegó nadie a reemplazar al padre. Según su punto de vista, él se volvió su propio padre. Sí, ser una persona que se ha hecho a sí misma tiene sus aspectos positivos: el inventarse a sí mismo puede otorgar una seguridad poderosa. Pero es un trabajo solitario, y con frecuencia, en medio de la noche, Charles añoraba ese corazón cálido que se había enfriado hacía tanto.

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