Porque allí, ante mis ojos, lo que se estaba llevando a cabo no era solo el entierro de un revolucionario, sino los funerales de la Utopía, de la Revolución Libertaria. Aquella manifestación multitudinaria cerraba, con la losa de la muchedumbre, el periodo de la exaltación revolucionaria. En adelante, los coches oficiales de los funcionarios de la nueva burocracia obrera, se deslizarían por las calles de la retaguardia republicana más injuriosamente seguros. La Revolución Libertaria había muerto al mismo tiempo que Buenaventura Durruti. Y si ahora, también a mí, me pregunta usted por qué y cómo murió Buenaventura Durruti, le responderé resueltamente que esto carece de importancia y lo que sólo tiene valor es saber para qué vive un hombre y para qué muere. Lo demás son meros comentarios y pura anécdota, pequeñez y mezquindad propias de las apetencias y ambiciones humanas. Hay retratos de personajes que requieren de perspectiva histórica. No se pueden mirar desde demasiado cerca porque las mismas pinceladas parecen test dibujarlos. Sólo retirándose a la debida distancia, los detalles de los repliegues que afean su personalidad desaparecen y, entonces, cobran todo su carácter y se transforman en representación no de lo que fueron ellos, sino de por lo que vivieron. Así opino yo respecto del anarquista Buenaventura Durruti. Todos morimos como nos corresponde. Nuestra más grave enfermedad es aquello que amamos y de lo que, en realidad, morimos. Barcelona, 7 de mayo de 1972
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