Actúa, habla, con plena conciencia, y descubrirás un tremendo cambio en ti. El
hecho mismo de que estés consciente cambia tus actos. Entonces no puedes cometer
pecados. No es que tengas que controlarte, no. El control es un mal sucedáneo de la
conciencia, un sustituto muy malo; no sirve de mucha ayuda. Si estás consciente, no
necesitas controlar la ira; estando consciente, la ira nunca surge., No pueden existir al
mismo tiempo, no hay coexistencia para las dos cosas. Estando consciente, nunca surgen los
celos. Estando consciente, muchas cosas simplemente desaparecen: todas las cosas que son
negativas.
Es como una luz. Cuando hay luz en tu casa, ¿cómo Puede existir en ella la
oscuridad? La oscuridad simplemente escapa. Cuando tu casa está iluminada, ¿cómo puedes
tropezar? ¿Cómo puedes chocar con la pared? La luz está encendida, y tú sabes dónde está
la puerta; simplemente vas a la puerta y entras o sales. Cuando está oscuro, tropiezas, andas
a tientas, te caes. Cuando estás inconsciente andas a tientas, tropiezas, caes. La ira no es
sino tropezar; los celos no son más que andar a tientas en la oscuridad. Todo lo que está mal
no está mal por sí mismo, sino porque tú vives en la oscuridad.
Si Jesús quiere enfurecerse, puede hacerlo; lo puede utilizar. Tú no puedes utilizarlo,
tú eres utilizado por la ira. Si Jesús siente que será bueno y servirá de ayuda, puede utilizar
cualquier cosa. Es un maestro. Jesús puede estar furioso sin estar furioso. Mucha gente
trabajó con Gurdjieff, y era un hombre terrible. Cuando se enfurecía, se ponía terriblemente
furioso, parecía un asesino. Pero aquello no era más que un juego, solo era una situación
para ayudar a alguien. E inmediatamente, sin un solo instante de intervalo, miraba a otra
persona y estaba sonriendo. Y volvía a mirar a la misma persona con la que se había
mostrado irritado, y otra vez tenía un aspecto furioso y terrible.
Es posible. Cuando estás consciente puedes utilizar cualquier cosa. Hasta el veneno
se convierte en elixir cuando estás despierto. Y cuando estás dormido, hasta el elixir se
convierte en veneno, porque todo depende de si estás alerta o no. Los actos no significan
nada. Los actos no importan. Lo que importa eres tú, tu conciencia, el que estés consciente.
Lo que hagas no tiene importancia.
Ocurrió lo siguiente:
Había un gran maestro, un maestro budista llamado Nagarjuna. Un ladrón acudió a
él. El ladrón había quedado prendado del maestro porque nunca había visto una persona tan
bella, con tan infinita gracia. Le preguntó a Nagarjuna:
-¿Existe alguna posibilidad de que yo también crezca? Pero tiene que quedarte clara
una cosa: soy un ladrón. Y otra cosa: no puedo dejarlo, así que por favor no me pongas esa
condición. Haré cualquier cosa que digas, pero no puedo dejar de ser ladrón. Lo he
intentado muchas veces, pero nunca da resultado, así que he renunciado a ello. He aceptado
mi destino, que siempre seré un ladrón y seguiré siéndolo, así que no me hables de eso. Que
quede claro desde el principio.
Nagarjuna dijo:
-¿Por qué tienes miedo? ¿Quién te va a hablar de que eres un
ladrón?
-Es que cada vez que acudo a un monje, a un sacerdote o a un santo religioso,
siempre me dicen: «Lo primero es que dejes de robar» -dijo el ladrón.
Nagarjuna se echó a reír y dijo:
-Entonces debes de haber acudido a ladrones. Si no, ¿por qué habría de
importarles? A mí no me importa.
El ladrón se puso muy contento y dijo:
-Pues entonces, de acuerdo. Parece que ahora podré ser discípulo. Eres el maestro adecuado.
Nagarjuna le aceptó y dijo:
-Ahora puedes irte y hacer lo que quieras. Solo tienes que cumplir una condición: sé
consciente. Ve y asalta casas, entra y coge cosas, roba. Haz lo que te parezca, a mí no me
importa porque yo no soy 1adrón. Pero haz lo con plena conciencia.
El ladrón no se daba cuenta de que estaba cayendo en la trampa
y dijo:
-Entonces, todo está muy bien. Lo intentaré.
Al cabo de tres semanas, regresó y dijo:
-Eres un tramposo. Porque si me hago consciente no puedo robar. Si robo, la
conciencia desaparece. Estoy en un buen lío.
Nagarjuna le dijo:
-Ya basta de hablar de robar y de que eres ladrón. A mí eso no
me importa, yo no soy ladrón. Ahora decide tú. Si quieres conciencia, tú decides. Si no la
quieres, también decides tú.
-Pero es que ahora es difícil -dijo el hombre- Lo he probado un poquito, y es tan
hermoso... Lo dejaré todo, haré lo que tú digas. -y siguió diciendo- La otra noche, por
primera vez, conseguí entrar en el palacio del rey. Abrí el tesoro. Podría haberme convertido
en el hombre más rico del mundo, pero tú me ibas siguiendo y tuve que ser consciente.
Cuando me hice consciente, perdí de pronto toda motivación, todo deseo. Cuando me hice
consciente, los diamantes me parecían simples piedras, piedras vulgares. Cuando perdí la
conciencia, el tesoro estaba allí. Esperé y lo volví a hacer muchas veces. Me volvía
consciente y era como un buda, y no podía ni tocar el tesoro porque todo el asunto me
parecía una tontería, una estupidez... simples piedras. ¿Qué estoy haciendo? ¿Perderme por
unas piedras? Pero entonces perdía la conciencia y volvían a parecerme preciosas, toda la
ilusión volvía. Pero al final decidí que no valían la pena.
Cuando has conocido la conciencia, nada compensa perderla. Has conocido la mayor
bendición de la vida. De pronto, muchas cosas simplemente desaparecen; se convierten en
estupideces, se convierten en tonterías. La motivación ha desaparecido, el deseo ha desaparecido, los sueños han cesado.