jueves, 25 de marzo de 2021

A un buscador de la verdad, le cuentan que existen flores que brillan tanto como el sol. Comienza infructuosamente a buscarlas. Se le convierten en una obsesión. Durante años recorre el planeta rastreando esas luminosas flores sin encontrar ninguna. Decepcionado, convencido de que no existen, se sienta al borde de un camino con la decisión de ayunar hasta morir de hambre. Al cabo de unos días ve pasar a un viejo campesino llevando en sus brazos un enorme ramo de flores que brillan tanto como el sol. Asombrado, le pregunta: -Dígame, buen hombre, ¿cómo puede usted encontrar tantas de estas flores cuando yo, a pesar de haber recorrido el mundo entero, nunca las vi? -Muy fácil -responde el viejo-: por la mañana, apenas me despierto, miro fijamente el sol. Luego, veo estas flores por todas partes. 

Si concebimos al Dios interior, todo lo que cae en nuestras manos, todo lo que escuchamos, vemos, experimentamos, puede convertirse en símbolo y objeto de sabiduría. Lo despreciado no tiene por qué ser obligatoriamente despreciable

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