jueves, 18 de marzo de 2021



 Ya hemos discernido en términos generales que lo que uno es contribuye mucho más a su felicidad que lo que uno tiene, o que lo que uno representa. Siempre lo determinante será lo que alguien sea y, por consiguiente, lo que tenga en sí mismo; pues su individualidad lo acompaña siempre y a todas partes, impregnando todo lo que experimenta. En cualquier asunto y circunstancia lo más que el sujeto disfruta es su propia persona; si esto vale ya para los placeres físicos, con tanta mayor razón para los espirituales. De ahí lo acertadísimo de la expresión inglesa to enjoy onesel/, de acuerdo con la cual se dice, por ejemplo, he enjoys himself/ at Paris, que no significa «él disfruta de París», sino «él disfruta de sí mismo en París». Ahora bien, si la individualidad está mal constituida, todos los placeres serán como vinos exquisitos en una boca untada de hiel. De ahí que, en lo bueno y en lo malo, sea menos determinante el azar y lo que le acaece a uno en la vida, . De lo que uno es exceptuando las calamidades, que la manera en que lo experimenta, es decir, la clase de sensibilidad que se tenga en cualquier respecto, y el grado de la misma. Lo que alguien es y posee en sí mismo, es decir, la personalidad y el valor de ésta, es lo único que afecta directamente a la dicha y al bienestar propios. Todo lo demás es indirecto; de ahí que su repercusión pueda evitarse, cosa que jamás ocurre con la de la personalidad. Eso explica por qué la envidia que se enfoca en las cualidades personales es la más implacable, y la que también se oculta con mayor esmero. Además, la naturaleza de la consciencia es lo único duradero y decisivo, y la individualidad opera de manera permanente, sostenida, casi a cada instante: en cambio, todo lo demás opera sólo por un tiempo, de forma esporádica y pasajera, además de estar en sí mismo sometido a la transformación y a los cambios: por eso dice Aristóteles:~ ycx.p cpúcrt.<; ~e:~ex.lex., ou 'C'CX. xp~µex.'C'ex. (nam natura perennis est, non opes [ «Pues la naturaleza es segura, pero no lo son las posesiones»], Eth. Eud. VII,  A esto se debe que soportemos con mayor entereza una desgracia que nos viene completamente de fuera que una de la que somos en parte responsables: pues el destino puede cambiar, pero la naturaleza propia, jamás. Los bienes subjetivos, como un carácter noble, una inteligencia capaz, un temperamento afortunado, un ánimo alegre y un cuerpo bien formado y totalmente sano, y en suma, mens sana incorpore sano (Juvenal, Sat. X, 356), son para nuestra felicidad los principales y los más importantes; por lo que debemos atender mucho más a su generación y conservación que a obtener los bienes y el honor exteriores.

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