¿Cómo podemos ser felices sin curiosidad, sin preguntas, sin dudas ni argumentos? ¿Sin la alegría de pensar? Esas dos palabras, que son como la estocada de una espada que nos decapita, significan nada menos que la exigencia de vivir con nuestros sentimientos y nuestras acciones en contra de nuestra razón, son la demanda de una división total; la orden de sacrificar precisamente aquello que constituye el centro de la felicidad: la unidad interior y la coherencia de nuestra vida. El esclavo en las galeras está encadenado, pero puede pensar lo que quiera. Pero lo que Él, nuestro Dios, nos exige es que, con nuestras propias manos, llevemos nuestra esclavitud hasta lo más profundo de nuestro ser y que lo hagamos, además, por voluntad propia y con alegría. ¿Puede haber mayor escarnio? El Señor, en su omnipresencia, nos observa día y noche, a cada hora, cada minuto, cada segundo, lleva la cuenta de nuestras acciones y nuestro pensamiento; nunca nos deja en paz; no nos concede un momento en que podamos ser totalmente para nosotros. ¿Qué es un hombre sin secretos? ¿Sin pensamientos ni deseos que sólo él y ningún otro conoce? Los torturadores, aquellos de la Inquisición y los de hoy, lo saben: córtale la retirada hacia su interior, no apagues nunca la luz; nunca lo dejes solo; prohíbele el sueño y el silencio: hablará. La tortura nos roba el alma; destruye la soledad con nosotros mismos, necesaria como el aire que respiramos. ¿No pensó el Señor, nuestro Dios, que con su curiosidad desenfrenada y su repugnante deseo de observarlo todo, nos estaba robando el alma, un alma que, además, debe ser inmortal? ¿Quién quiere, en verdad ser inmortal? ¿Quién quiere vivir para toda la eternidad? ¡Qué aburrido e insípido debe ser saber que lo que pasa hoy, este mes, este año, no tiene ninguna importancia! vendrán aún incontables días, meses, años incontables, literalmente. Si así fuera, ¿es que algo tendría sentido? No tendríamos que preocupamos por el tiempo, no podríamos perdemos nada; no tendríamos que apuramos. Sería indistinto hacer algo hoy o mañana, totalmente indistinto. Ante la eternidad, millones de omisiones se convertirían en nada; no tendría sentido lamentar algo, pues siempre quedaría tiempo para compensarlo. No podríamos dormir ni una sola vez hasta entrado el día, porque ese placer se nutre de la conciencia del tiempo perdido; el holgazán es un aventurero enfrentado a la muerte; un cruzado contra los dictados de la prisa. Si siempre y en todas partes hay tiempo para todas y cada una de las cosas, ¿dónde habría espacio para el placer de perder el tiempo?
Pascal Mercier
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