Nacido en Edimburgo en 1850 dentro de una familia rigurosamente presbiteriana, su infancia transcurrió felizmente en medio de vigilados juegos y aventuras. Al llegar a la juventud comienzan los conflictos con su padre y con la religión puritana. Edimburgo no era un lugar apropiado para la vida bohemia de un muchacho con inquietudes artísticas -quería ser pintor- y con abundantes ganas de diversión. Sin embargo, las tensiones familiares se resuelven provisionalmente, debido a que se le diagnostica una grave afección pulmonar que obliga al joven a marchar al sur de Francia.
A partir de entonces, la existencia de Stevenson va a ser un constante deambular en busca de mejores climas y una lucha permanente contra su constitución enfermiza. Conoce por aquel tiempo a Fanny Osbourne, una pintora americana casada y madre de dos hijos, que se encuentra de paso por Europa. Se enamora perdidamente, pero ella regresa a América. Desde Estados Unidos le llega la noticia de que se acaba de divorciar, y Stevenson, contra todos los consejos médicos, viaja hasta California poniendo en grave riesgo su vida para estar junto a la mujer que ama. Fanny y Robert se casan y, como no podía ser menos, pasan la luna de miel en las míticas minas de Silverado. Tal vez esta anécdota pinta al hombre de cuerpo entero.
Desde entonces, el matrimonio recorre distintos lugares del mundo, siempre huyendo de las recaídas de salud del marido, hasta que terminan por establecerse en la isla de Vailima, en el archipiélago de Samoa. Los últimos años del escritor se reparten entre su trabajo literario, que le da singulares beneficios económicos, y una placentera vida entre los nativos, que lo respetan y le conocen por el Tusitala, «el que cuenta historias». Por aquel entonces ya se había reconciliado con su familia y recordaba nostálgicamente su Escocia natal.
Cuando muere, todos los habitantes de la isla abren un sendero por el que transportan su cadáver hasta enterrarlo en la cima del monte Vaea, desde donde se divisa el mar. Contaba cuarenta y cuatro años.
Javier de Navascués
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