Y regresé a mi hogar sureño y a mi vida sureña, y es en presencia de mi mujer y de mis hijas cuando tomo conciencia de mi vida, de mi destino. Soy profesor, entrenador y un hombre muy querido y eso es más que suficiente. En Nueva York aprendí que necesitaba querer a mi madre y a mi padre con toda su defectuosa y escandalosa humanidad y que en las familias no hay delitos que sobrepasen el perdón. Pero es el misterio de la vida lo que ahora me intriga. Y miro hacia el norte y vuelvo a pensar que ojalá repartieran dos vidas a cada hombre y a cada mujer. Al final del día atravieso en mi coche la ciudad de Charleston, y mientras cruzo el puente que me lleva a casa, noto que unas palabras me brotan de dentro, no puedo detenerlas ni se porque las digo, pero al llegar a lo alto del puente esas palabras llegan a mi como un susurro, las digo como una oración, como un lamento, como una alabanza, digo Lowestein, Lowestein.
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