Con la quinta sinfonía, Beethoven se convirtió en el sujeto y el epicentro de su música. Se definió y decidió convertirse en el héroe de su propia creación. Nos mostró la lucha y la victoria contra la adversidad. Por eso, todos sus manuscritos están repletos de dudas. Pasajes enteros tachados, borrados o desgarrados. Pasajes, en muchas ocasiones, recuperados y reescritos mil y una veces. Pasajes como el inicio del segundo movimiento de la quinta sinfonía que llegó a escribir y reescribir obsesivamente de catorce maneras diferentes hasta dar con el inicio que hoy todos conocemos. Tal vez Beethoven no fuera un gran inventor de melodías. Tal vez no fuera un gran maestro de la armonía. Tal vez no fuera el mejor orquestador del mundo o no adquiriera un dominio total del contrapunto. Tal vez Beethoven no fuera, si consideramos estos aspectos por separado, el mejor compositor que se pueda imaginar. Pero, como si se tratara de un milagro, si juntamos todas las piezas del rompecabezas y escuchamos la música que, después de tanto esfuerzo, lograba plasmar en sus manuscritos rallados y rasgados, el resultado es una música perfecta. Una música fascinante en la que cada nota que sigue a la anterior es siempre la nota justa. Una música eterna en la que cada nota que sigue a la anterior es siempre una nota impredecible pero, al mismo tiempo, exacta. Siempre la nota adecuada. Siempre la siguiente nota perfecta. Parece imposible que, después de todas las dudas que tenía al escribir, lograra la forma perfecta. El conjunto perfecto. La música perfecta. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo lo lograba? Nadie lo entiende. No hay explicación posible. A la hora de componer era desorganizado, sufría episodios constantes de enamoramientos compulsivos, sentía frustración día sí y día también, muchas veces estaba malhumorado, se dispersaba, no encontraba el lugar adecuado para escribir y necesitaba cambiar de casa constantemente, la habitación donde trabajaba estaba siempre desordenada y llena de papeles y partituras por todas partes, componía rodeado de una mezcla de olores que producían la palangana sucia de debajo del piano que no había tenido tiempo de vaciar y la última comida o cena que no había querido probar. Un desastre. Un completo desastre organizativo. Sin embargo, el resultado final de su obra era siempre la perfección. Sin posibilidad de encontrarle una explicación lógica a todo esto, parece como si tuviera un teléfono secreto. Un teléfono con línea directa con el más allá. Un teléfono para hablar con Dios. Un teléfono con un interlocutor que premiaba su esfuerzo por superar la adversidad.
Ramon Gener
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